En las últimas dos décadas, la coyuntura económica ha tenido una repercusión cada vez más importante en el sector cultural y, en particular, en aquellos museos que deben demostrar y defender su sostenibilidad económica en este período de recesión financiera, situación dramática en algunos países. Por decirlo de una manera resumida, el impacto económico que se deriva de la existencia de los museos y/o de sus actividades y proyectos debe considerarse (y medirse) como una contribución al mantenimiento del equilibrio de la economía local, de manera multifacética, en términos de:
- Empleo.
- Demanda de bienes y servicios.
- Efectos multiplicadores en las economías locales (ingresos y ventas).
- Atracción de turistas e inversiones.
- Marca de lugar.
- Influencia en los mercados inmobiliarios, regeneración urbana.
- Valores derivados de la existencia de una cultura.
Como podemos comprobar, el término «impacto económico» se utiliza frecuentemente para describir con mayor precisión la «contribución económica» de una organización o actividad a la ciudad o región circundante (MT AUBURN Ass., 2002). Muchos estudios de impacto económico están interesados en medir los efectos «multiplicadores» del gasto directo e indirecto del museo dentro de una economía local, comparando los escenarios – con o sin la existencia del museo -, para constatar los beneficios que derivan de una inversión específica. Aunque en los últimos años se ha producido un aumento significativo del número de estudios de impacto económico en el sector de los museos (con fuertes diferencias geográficas a nivel internacional), algunas cuestiones económicas aún permanecen ausentes en este tipo de análisis, por ejemplo:
- ¿Cómo pueden los museos contribuir a la formación y empleabilidad de la fuerza laboral, especialmente para los nuevas formas de trabajo?
- ¿Cuál es el valor económico del trabajo no remunerado que se puede conseguir?
- ¿Hasta qué punto los museos sostenibles pueden reducir el gasto público?
- ¿Cómo de efectivos son los museos para atraer inversión internacional?
- ¿Inversión o redistribución de la inversión interna de las regiones ricas a las pobres?
Cuando medimos los diferentes impactos económicos, también debemos considerar los (posibles) efectos negativos generados por un proyecto cultural específico, como, por ejemplo, la apertura de una nuevo gran centro museístico, ya que esto implica, entre otras cosas: un aumento en los valores inmobiliarios y en los precios de alquiler con los consecuentes efectos de gentrificación (Perdue, Long y Allen, 1990, Ross, 1992); un aumento en el costo de vida y en los impuestos pagados por los propietarios de viviendas (Perdue, Long y Allen, 1990); un aumento en los costos de funcionamiento y mantenimiento de nuevas infraestructuras; una sobreproducción de residuos y basura. No es sorprendente que muy pocos estudios consideren los efectos negativos, centrándose principalmente en demostrar la contribución eficaz que tienen los museos en el ámbito económico local.
El concepto de impacto social, comparado con el económico, resulta más vago e impreciso, y es concebido y utilizado de diferentes maneras por las agencias gubernamentales, investigadores y académicos, instituciones artísticas, ONGs y otras entidades interesadas. Por una parte, podemos observar la tendencia a minimizar el significado del impacto social, exclusivamente en cuanto al «papel instrumental» de las instituciones culturales, y por otra, se le asocia con la esfera personal de los individuos que se relacionan con los museos. De una manera inspiradora, Landry et al. (1993) describen los impactos sociales como: «aquellos efectos que van más allá de los objetos-artefactos y la promulgación del evento… teniendo una influencia continua en la vida de las personas, afectándolas directamente». Pensando en el impacto social en un sentido más amplio, podríamos referirnos al «si y al cómo» un museo puede desempeñar un papel tanto en el desarrollo personal como en el social.
Si el impacto económico se centra en la evaluación de las consecuencias económicas de acciones políticas específicas e iniciativas culturales, los estudios de impacto social deberían explorar las consecuencias sociales (en áreas como la salud, la educación, la inclusión social, la revitalización urbana) de diferentes tipos de proyectos e intervenciones, así como la gama de posibles beneficios individuales derivados del compromiso del museo (aprendizaje, disfrute, desarrollo personal, construcción de identidad, etcétera).
Un número relevante de recientes análisis y reflexiones teóricas sobre los impactos sociales en las artes y la cultura (con un enfoque en el campo del museo), muestran las diferentes categorías que han utilizado para explicar la naturaleza, el rango y las implicaciones «políticas» de dichos impactos. Como se puede comprobar – desde diferentes perspectivas -, el rango de los impactos sociales abarca efectos tanto individuales como sociales. El desarrollo personal, el empoderamiento y el aprendizaje (en un sentido amplio) están en el núcleo de los impactos individuales, mientras que la producción de valor social (legible en términos de cohesión social, inclusión e integración social) pueden considerarse el factor clave de los impactos sociales que, asimismo, pueden referirse tanto a los valores intrínsecos como a los instrumentos que los generan.
Adoptando una definición amplia sobre los impactos sociales, podemos considerar los «impactos culturales» como un área particular específicamente relacionada con la esencia, la misión y la visión del museo y sus actividades principales. Los efectos culturales, que operan tanto a nivel individual como social, deben asociarse a resultados particulares, como una mejor comprensión del mundo (Selwood, 2010). Por otro lado, la ampliación en la participación (y en la apreciación) de formas particulares de arte/cultura y los cambios en las actitudes hacia la ciencia, también aparecen en el capital cultural. Medir este tipo de impactos es una tarea difícil porque, como señalan muchos autores, tratar los impactos sociales implica abordar un área que no está bien documentada con datos y evidencias sólidas. La debilidad radica principalmente en la incapacidad de aplicar indicadores compartidos y probados de modo que se pueda demostrar el impacto en un individuo y una comunidad (Kelly, 2006). Si Reeves (2002) señala que «no hay un modelo que pueda usarse de manera consistente con confianza en una serie de situaciones», AEA Consulting (2006) sostiene que «se realiza muy poca distinción entre impactos significativos a corto y largo plazo, no habiendo consenso sobre el plazo en el que los museos y otras instituciones culturales deberían enfocarse». Aunque muchos autores hablan de una dependencia excesiva en los estudios de caso basados en especulaciones, la evidencia sugiere que el sector de los museos debe hacer una contribución a los resultados sociales mediante el desarrollo del capital humano individual (resultados de aprendizaje) y a partir de actividades que faciliten vínculos, conexiones y relaciones que generen capital social (resultados de participación).
«El arte y la cultura contribuyen a crear salud y bienestar general en las comunidades, mediante el estímulo de la participación cívica, la construcción de capital social y humano y el servicio como activos que contribuyen a las economías locales y apoyan otros procesos de construcción de la comunidad» (NEA, 2011).
La conciencia global sobre el cambio climático y los problemas de sostenibilidad va en aumento, instalándose cada vez más en sectores (incluidos los museos y el campo cultural) que deberán enfrentarse a estos desafíos emergentes. Los temas ambientales, como la huella de carbono, las exposiciones «verdes» y las actitudes de ahorro de energía representan una innovación objetiva para una gran cantidad de museos. Sin embargo, existe información limitada para que éstos puedan medir operaciones complejas fuera del sitio, como préstamos y actividades de turismo.
Las asociaciones y comunidades de museos están comenzando a debatir y difundir el concepto de «museo verde», para compartir prácticas y pautas que ayuden a adoptar la sostenibilidad energética. En el sector museístico el análisis de la huella de carbono debe revelar cómo todas sus actividades afectan el cambio climático. Si bien es razonablemente fácil medir las emisiones directas – según las actividades de la organización (calderas, combustible, gas y electricidad) – mediante el uso de herramientas en línea o agencias de auditoría especializadas (S. Lambert, Jane Henderson, 2010), existen muy pocos estudios que evalúen las emisiones indirectas de fuentes ajenas al museo, el comportamiento del personal y los visitantes que acuden a él, o la eliminación de los residuos y las emisiones de los proveedores. El Museo Nacional Amgueddfa Cymru de Gales promovió un estudio en profundidad destinado a medir el impacto ambiental relacionado con los préstamos para museos, a fin de formular recomendaciones que les permitieran reducir su impacto en el calentamiento global: la huella de préstamos al exterior del Departamento de Arte para 2006 fue de 53 toneladas de dióxido de carbono equivalente, el 95% de las cuales provino del transporte de carga y pasajeros. Aunque la huella de carbono aún no es un requisito en el sector de los museos, las instituciones culturales con visión de futuro deberían prestar mucha más atención a la responsabilidad corporativa, y conseguir que la medición de carbono pueda integrarse en los procesos de equilibrio social. La huella de carbono es uno de los conceptos clave para una mayor sensibilidad del museo, que debe abarcar varios aspectos sobre la sostenibilidad de las actividades del mismo.
Actualmente existen diferentes guías y manuales que proporcionan indicaciones, listas de verificación y modelos de puntuación que evalúan el proceso de un diseño de exposición centrado en materiales rápidamente renovables, reutilización de recursos, contenido reciclado, reducción de desechos, evaluación de vida útil, materiales no tóxicos y/o de baja emisión, madera certificada, conservación, opciones de iluminación, materiales locales.
Otra función importante que pueden desempeñar los museos (en particular los museos para niños y los museos científicos, pero no exclusivamente) es crear conciencia sobre la importancia de adoptar estrategias inteligentes y comportamiento ecológico con vistas a reducir y hacer un mejor uso del consumo privado de recursos escasos (otro impacto social), analizando cómo a largo plazo afectaría todo esto a los museos.
«Las actitudes y el comportamiento de las personas hacia una conciencia ecológica más fuerte y consistente serán uno de los desafíos más emocionantes para los estudios de impacto, debido a la posible variedad de efectos económicos, sociales y ambientales. Otro ejemplo sería poner en claro la contribución que hacen los museos al monitoreo de los indicadores ambientales, que se está volviendo crítico dada la importancia del cambio climático en el mundo actual. ¿Están los museos listos y dispuestos para proporcionar soluciones a todos estos impactos?»
(Kelly L., 2006).
RECURSO PARA LA REDACCIÓN DE ESTE ARTÍCULO:
Alessandro Bollo (2013): Report 3 – Measuring Museum Impacts. Edited by Ann Nicholls, Manuela Pereira and Margherita Sani. The Learning Museum Network Project (LEM).
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