Cuando hablamos de autenticidad, normalmente lo hacemos en términos relacionados con algo que experimentamos. En museología, usamos y mencionamos el término «calidad original» como definición del origen real de un escenario o un objeto histórico exhibido en el espacio de un museo, pero haciendo una diferenciación a su vez entre la autenticidad de una materia y la de una experiencia. La definición de calidad original se aplica a lo que se ha creado en el pasado y se atribuye a un determinado tiempo y espacio en la historia, determinando así su validez histórica. Suponemos entonces que si emprendemos la acción de una restauración, no alteraremos ni arruinaremos la «calidad original» de los objetos históricos. Los intentos de restaurar, recrear o reorganizar, no transforman automáticamente la realidad en una réplica; los objetos seguirán siendo artefactos originales y, por lo tanto, seguirán manteniendo su calidad original. Por el contrario, la autenticidad de la experiencia podría muy bien cambiar dependiendo de cómo se muestren esos objetos o artefactos en el espacio de exposición, y del significado que generen, en una visión subjetiva, sobre los visitantes. Sin embargo, como comprobaremos, no hay reglas sin excepciones.
En muchos museos históricos, sobre todo en Europa, la composición de la distribución y disposición espacial original, y las reconstrucciones arquitectónicas a gran escala, evocan a los visitantes sensaciones de entornos auténticos. Con un poco de imaginación, uno puede llegar a «escenificar» las exposiciones en su conjunto, generando una idea de lo que podría haber sido vivir o recorrer esos espacios originales. Los espacios históricos ofrecen la oportunidad de estar físicamente presentes en el lugar, lo que induce a poder vivir experiencias relacionadas con la Historia. Estas sensaciones son similares en casi todos aquellos lugares del patrimonio histórico que están bien conservados, con la única diferencia real entre ellos debida a su localización geográfica.
Mónica Risnicoff de Gorgas describe cómo los museos que se encuentran en casas, palacios o fortalezas son a menudo musealizados con la intención de dar la impresión de estar intactos, preservando así la ilusión de autenticidad. Sin embargo, es sólo eso: una ilusión. Risnicoff de Gorgas afirma que no es posible percibir realmente los espacios como eran originalmente, ya que estamos vinculados a un cierto punto de vista moderno que se halla arraigado a nuestra situación temporal y dentro de un contexto muy específico. Por lo tanto, en realidad no hemos estado «allí», porque nuestros marcos de referencia están incondicionalmente restringidos al conocimiento que tenemos de la historia, dependiente de nuestra perspectiva contextual contemporánea. «La objetividad no existe en la exposición dado que cada objeto se presenta como un «algo interpretado» y con énfasis puesto, de alguna manera, solo en ciertos aspectos» (Risnicoff de Gorgas). También, de Gorgas subraya que el objetivo del museo «no es la historia o la vida por si misma, sino la representación de la historia o la vida; no el pasado en sí, sino su representación». Por lo tanto, los museos de casas, palacios y fortalezas nunca se encuentran completamente intactos, aunque parezcan estarlo. Esta es una idea importante, porque no sólo se aplica a este tipo de museos, sino más o menos, a cualquiera que exhiba objetos históricos. Sin embargo, Risnicoff de Gorgas sostiene que aunque hay manipulación involucrada, también existe un cierto grado de autenticidad y «realidad»:
«La ficción es retratada como realidad en estos «teatros de la memoria» que son los museos históricos. Este tipo de gestión escénica proporciona, por un lado, las huellas indelebles de los que vivieron y utilizaron los objetos originales y cuyos fantasmas todavía se pueden sentir, y, por otro, los significados atribuidos por los conservadores, los investigadores y museógrafos».
Risnicoff de Gorgas reconoce que todavía hay una cierta presencia de la historia en estos espacios específicos del museo que es proporcionada por los elementos y objetos espaciales originales. Ella enfatiza que las exposiciones consisten en una «realidad concreta y representación de la realidad» simultáneas. Sin embargo, Risnicoff de Gorgas parece sugerir que esto es algo que los visitantes a menudo ignoran, porque los museos alojados en lugares históricos dan la impresión de ser «reales»( habiendo sido algunos de ellos manipulados), alejando a los visitantes de la experiencia auténtica, aunque ellos sientan, al entrar al museo «retocado», que son, en cierto modo, viajeros en el tiempo.
Es un rasgo universal creer que los visitantes en general entienden que todo en un museo, o específicamente en un museo emplazado en un lugar histórico, ha sido remozado en el tiempo, esperando la presencia de material histórico auténtico de una manera u otra. Esto es crucial en cualquier museo que pretende representar la historia, cualquiera que sea su período de tiempo o categoría; si no hay elementos históricos que mostrar al público, pudiera cuestionarse si deberían ser catalogados como museos de la historia. En consecuencia, la experiencia sobre algún tipo de componente histórico original sería anticipada por prácticamente cualquier visitante que llegara a un museo de la historia, pero tan sólo unos cuantos esperarían que tanto el entorno como el escenario del museo fueran originales. Como hemos mencionado, los visitantes son generalmente conscientes de las condiciones del museo como género, por tratarse de un lugar tanto de «realidad concreta» como de «representación de la realidad». Una vez más, no debemos insultar al intelecto del público. Ellos, o más bien nosotros, probablemente tengamos algún tipo de preconcepción al entrar en un museo. Incluso sin saber nada de antemano sobre las exposiciones o el perfil de un museo específico, mantendremos una idea de lo que es, porque tenemos competencia de género. Pero esa comprensión de que los museos no son lugares que «sólo» representan una realidad, no nos impide dejarnos arrastrar por la posibilidad de disfrutar de una exposición estimulante.
Al igual que Risnicoff de Gorgas, Hilde S. Hein discute la cuestión de la autenticidad y la calidad originales. Sin embargo, su enfoque no se centra tanto en experiencias auténticas con relación a los objetos originales sino en las experiencias como una prioridad en el diseño de las exposiciones. Hein argumenta:
«La predisposición del museo a la creación mundial, bien adaptada al espíritu de nuestros tiempos, es reivindicada en la práctica exitosa, y la autenticidad de los mundos así creados sólo necesita la experiencia convincente de los visitantes del museo para validarla. Donde las representaciones pasadas de la calidad del museo pudieron haber dado poca notificación a lo que parecía solamente un subproducto, hoy esa producción se pone en primer plano como esencial, y la capacidad del museo de fabricar experiencias (más bien que confirmar la realidad) se celebra como su razón de ser. La medida del museo se toma por la intensidad de la experiencia que genera, y el grado en que esa experiencia se sienta como real».
Al afirmar que los museos no «confirman la realidad» tanto como que la «fabrican», comentario discutible en sí mismo, Hein parece indicar que la experiencia como factor de valor en los museos amenaza la validez de los objetos originales como representantes de la «verdad». También afirma que hay una tendencia en los museos a que «valoren el significado emotivo sobre el cognitivo; relacionan lo experiencial con lo empático y , denominándolo «una experiencia de la realidad», se da prioridad a la evocación del sentimiento». Parece que Hein lo que pretende, entre otras cosas, es separar las experiencias de la estimulación cognitiva y las de la comprensión. Esta perspectiva establece una vez más la idea de que estas dos maneras de entender el significado de una visita a un museo dependen en gran medida de la idea de diferenciación entre lo que es mente y lo que es materia.
En defensa de Hein, no está argumentando explícitamente que los humanos seamos incapaces de experimentar en varios niveles. Se centra en los museos, y su idea es que éstos parecen estar perdiendo el contacto con la «realidad» al relegar los objetos al papel de actores de apoyo en lugar de a las estrellas del espectáculo. Sin embargo, lo que Hein tiende a ignorar es que los espacios museales diseñados para experimentar son tan «reales» como los espacios de un museo, con un claro enfoque en sus objetos hacia espacios con un diseño de cubo blanco. Además, Hein parece olvidar que todos los espacios proporcionan una experiencia, independientemente del diseño, pues, como subraya Henri Lefebvre, «el espacio nunca está vacío: siempre tendrá un sentido». Además, la experiencia nunca puede ser neutralizada; mientras nuestros sentidos registren el ambiente que nos rodea, lo experimentaremos, lo sentiremos y lo comprenderemos, generando el significado de lo percibido. No hay, pues, ninguna manera posible de anular las sensaciones durante la visita a un museo.
A pesar de que Hein tiene razón sobre la observación de que los museos en general se han vuelto más orientados a la experiencia, podría debatirse acerca del papel que se debe atribuir a los objetos. Nosotros podemos decir que no han perdido su poder, en absoluto. La experiencia y la «realidad» de los museos no son en modo alguno incompatibles, no se excluyen la una a la otra. Más bien, se complementan. En los museos, los objetos y en algunos casos también los espacios, son sin duda originales mientras no se demuestre lo contrario. Podemos recurrir a la imaginación cuando visitamos espacios u observamos objetos que son réplicas de los originales. Sin embargo, parece haber algo en los originales, una cierta cualidad atmosférica, que realza la experiencia. Estimulan la sensación de estar temporalmente «allí», aunque hayan sido retocados. En ese sentido, la afirmación de autenticidad, calidad original y «realidad» en los museos es esencial.
RECURSO:
Simonsson, M. (2014): Displaying Spaces: Spatial Design, Experience, and Authenticity in Museums. Department of Culture and Media Studies Umeå 2014.
Foto principal: Castles made of sand
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