«Aunque no siempre pude suprimir los pensamientos violentos que se arraigaban dentro de mí, sin embargo, dedicaría mi vida a buscar alternativas a la violencia física y luchar continuamente para transformar la violencia psíquica en energía creativa». Pauli Murray (activista de derechos humanos ), en Song in a weary throat: an american pilgrimage, 1987.
La violencia de género, la xenofobia creciente, la homofobia, el terrorismo, las guerras, el hambre, la falta de respeto a los derechos humanos, la injusticia y tantos horrores más, son manifestaciones de la peor cara del ser humano. Es tanto el horror, y tan cotidiano, que nos estamos acostumbrando a él. Deberíamos humanizarnos para luchar contra el lado oscuro, o para que al menos no nos pase desapercibido. ¿Podemos crear exposiciones que faciliten que las personas que sufren alguno de estos males nos hablen y nos hagan sentir estos horrores para que no queden en el olvido? ¿Pueden los museos desarrollar espacios para la reflexión sobre experiencias emocionales que se sitúan entre la violencia y la reconciliación, entre el dolor y el perdón? ¿Es posible que las exposiciones difundan también, entre sus visitantes, emociones positivas, armonía o empatía? ¿Puede existir un espacio para la indignación y la reivindicación emocional en los museos? ¿Cómo pueden las exposiciones dar respuesta a todo esto?
Si los profesionales nos convertimos en activistas de aquellos museos que están comprometidos, podremos hacer esfuerzos altamente experimentales para catalizar conversaciones, encuentros y movilizaciones más auténticas en torno a temas de justicia social y derechos humanos, dentro y para nuestros museos y sus comunidades. Podríamos crear exposiciones que trataran de informar, comunicar, concienciar, apoyar y evocar la indignación que debemos sentir ante el horror. Mientras muchos museos del siglo XXI buscan maneras de crear y acomodar narrativas más inclusivas y experiencias más empáticas con el visitante, estamos unidos en la convicción de que tales adiciones al statu quo políticamente correcto no son suficientes. Nuestra meta podría ser, más bien, aceptar la subversión y reenviar desafíos audaces a las narrativas convencionales. Estas ideas provienen del brillante trabajo de los estudiosos y activistas de los museos en los albores del siglo XXI, que están redefiniendo esas instituciones en un momento post-imperial como «museos de conciencia», «museos de impacto» y «teatros de la tolerancia». Barbara Kirshenblatt-Gimblett, citando al diseñador Ralph Appelbaum, uno de estos críticos de museos, argumenta:
«Los museos ya no pueden simplemente ser testigos de la historia. «Una nueva honestidad» ha alentado a los museos a «abrir para la interpretación pública el lado más oscuro de la sociedad humana» y hacerlo de manera más exógena y autocrítica. Con este espíritu, todas estas instituciones podrían convertirse en museos de la conciencia con relación a sus propias historias, colecciones y audiencias».
Inspirándonos en estas ideas, nuestro objetivo podría ser imaginar un nuevo conjunto de espacios experimentales y de colaboración tanto dentro como fuera de las paredes del museo, donde las personas pudieran practicar nuevas ideas de construcción de la comunidad – ideas formadas a partir de los valores positivos del ser humano, al margen de fetiches y conceptos atávicos – ; con argumentos realistas, no fragmentados, conceptos claros no guiados ni manipulados; ideas sobre la diversidad y el respeto a los seres humanos, sobre planos multidimensionales.
Women riffle club en Gonzaga University. 1950.
Basándonos en el revolucionario y potencial movimiento emergente de lo que la teórica del cambio Margaret Wheatley ha denominado «comunidades de práctica», podría crearse una red informal entre profesionales, colegas, público y colaboradores, para compartir experiencias y recursos, aprendiendo protocolos e inspirándonos mutuamente para empujar los límites e impedir que el ultraje quede en el silencio. Ya existen numerosas instituciones que ponen en valor «el grito contra la injusticia» con un valioso bagaje para la discusión, la experiencia y el apoyo conceptual, lo que el estudioso de museos Andrea Witcomb articula como «un movimiento que se desplaza desde una pedagogía del paso a paso a una «pedagogía del sentimiento». Los museos deben aceptar la sugerencia de enfoques, estrategias y desafíos que puedan crear experiencias y exposiciones que honren y reflejen las narrativas fragmentadas, discordantes y perturbadoras sobre historias opresivas y sobre nuestras violentas realidades. ¿Cómo exhibir una indignación que pueda manifestarse todos los días? Creemos que debería partir de la base de que debemos volvernos positivamente insurgentes, insistentes y, si fuera necesarios, repetitivos.
La erudita de museos Eilean Hooper-Greenhill sugiere que el museo del siglo XXI – lo que ella denomina «post museo» – no es tanto un «edificio» sino «un proceso o una experiencia que debe legitimar, celebrar y difundir múltiples voces, las historias, las artes y las acciones». Construyendo la institución de esta manera, se involucra a sus comunidades de manera novedosa, no como a un grupo de ciudadanos que necesiten educación, o clientes que esperan un buen servicio. Kirshenblatt-Gimblett, sugiere: «a personas que registran sus reacciones como generadores activos y no como visitantes». Comentando un proyecto suyo, Kirshenblatt-Gimblett afirma que como resultado de aplicar estas ideas «nada es menos que revolucionario», es museológico y meta-museológico, es decir, refleja lo que el humano debe ser en un museo. El museo debe representar las realidades del ser humano, «animando a sus visitantes a que hagan lo mismo».
Templo de Santiago, Nueva Quechula, Estado de Chiapas, México.
Sabemos que esta es una revisión radical sobre el papel de los museos, de sus visitantes y miembros de su staff, ya que no son ideas aplicables a los que no estén convencidos. Aunque podamos reconocer los desafíos que todo ésto supone para las grandes y sacro santas instituciones establecidas, debemos intentar aproximarlas al carácter procesual, disruptivo y colaborativo de estos proyectos de conciencia (menos desfiles de moda hortera, menos celebrities y más posicionamiento contra la injusticia en el mundo). Con respecto a estas instituciones y su pequeña (o nula) concienciación, sabemos que encontrarán una forma precariamente equilibrada, en cuanto a su sentimiento de culpa, para mirar hacia otro lado, gestionando muy diplomáticamente la controversia institucional de las partes interesadas. Los inconvenientes y la reacción negativa de este tipo de trabajo museístico innovador, por parte de algunas instituciones, es un tema regular de discusión en las comunidades profesionales, y merecen una mayor atención en nuestra disciplina como un todo.
Sin embargo, estamos impulsados por el trabajo de innovación social de muchos otros, que nos recuerdan que el paradigma real de los cambios no se produce de un día para otro, o de forma aislada. Como Margaret Wheatley nos advierte: «a pesar de los anuncios actuales y los eslóganes, ese mundo no cambia a una persona a la vez. Cambia a medida que las redes de relaciones se forman entre las personas, descubriendo que comparten una causa y una visión comunes de aquello que es posible».
Paul Fryer, «Lucifer (Morning star)», 2008
Desde nuestro punto de vista, la causa común y la visión de los museos del siglo XXI requieren un discurso expositivo más confrontativo, inmediato y disruptivo sobre temas relevantes para nuestras vidas. Proponemos que diseñar experiencias y de manera accesible, en la intersección entre la indignación y la esperanza, sea una forma de enfrentarnos de manera responsable a las injusticias de nuestro mundo, comprometiendo a los demás, a nuestros vecinos, en un discurso cívico, generando debate y acción que nos conduzca hacia un cambio social positivo. De hecho, insistimos en que, en un sentido primario, la indignación es la esperanza. La insurgencia, la concienciación y el diseño sistemático son tres estrategias que pueden resultar útiles como parte del «kit de conciencia». Con este sistema se podrán construir espacios vitalmente necesarios para amplificar las voces y la participación, compartiendo la indignación de aquellos que han sido sistemáticamente vilipendiados, deportados o privados de sus derechos en una sociedad, la nuestra, que se considera civilizada.
RECURSO:
Barbara Lau, Jennifer Scott, Suzanne Seriff (2017): Designing for outrage Inviting Disruption and contested truth into museum exhibitions. The Exhibition Issue, primavera 2017.
BIBLIOGRAFÍA:
- Murray, P. (1989): Song in a Weary Throat: An American Pilgrimage (Nueva York: Harper & Row, 1987); reeditado con un nuevo título: The Autobiography of a black activist, feminist, lawyer, priest, and poet (Knoxville: University of Tennessee Press, 1989), pag. 58.
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Lankford. E.L. y Sheffer, K. (2004): Museum education and controversial Art: living on a fault line. Handbook of Research and Policy in Art Education, for an early examination of the nature of controversy in museum exhibitions (Londres y Nueva York: Routledge, 2004).
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Hooper-Greenhill, E. (2000): Museums and the interpretation of visual culture. (Londres y Nueva York: Routledge, 2000), pag. 152.
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Jennings, G. (2015): Exhibition critiques: between two worlds. Exposición: Folk Artists reflect on the immigrant experience. Mark Naylor and Dale Gunn Gallery of Conscience, en el Museum of International Folk Art, Santa Fe, Nuevo Mexico,” Exhibitionist 34, nº. 1 (spring 2015): pags. 69–71.
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Wheatley, M. y Frieze, D. (2006): Using Emergence to Take Social Innovation to Scale (The Berkana Institute: 2006): http://www.margaretwheatley. com/articles/using-emergence.pdf.
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Kirshenblatt-Gimblett (1995): The Museum as catalyst. Cap.: “Anthropology, History, and the Changing Role of the Museum” in Tsong-yuan Lin, ed., Presentación en International Conference on Anthropology and the Museum (Taipei: Taiwan Museum, 1995).
- Tolia-Kelly, D. (2017): Race and affect at the museum: The Museum as a theatre of pain, en Heritage, An affect and emotion: politics, practices and infrastructures, eds. Divya P. Tolia-Kelly, Emma Waterton, y Steve Watson (Londres y Nueva York: Routledge, 2017), pag. 34.
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Kirshenblatt-Gimblett, B. (2000): The Museum as catalyst. Museums 2000: Confirmation or Challenge, conferencia del ICOM Suecia, (Swedish Museum Association y Swedish Travelling Exhibition) en Riksutställningar, Vadstena, septiembre 29, 2000, pag. 9.
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