En nuestra sociedad contemporánea, una colección de trajes antiguos en un museo, objetos de finales del siglo XIX, por poner un ejemplo, apoyados con una serie de fotografías de la época, se entiende como una exposición de naturaleza casi arqueológica, alejada normalmente del conocimiento social, cultural y del interés personal. Por esta razón, los museos etnológicos necesitan reivindicar su potencial de difusión del conocimiento ahora más que nunca. Estos museos, tradicionalmente considerados como guardianes de la memoria histórica, con su legado cultural local y/o nacional, deben adoptar la responsabilidad de contribuir al conocimiento de la diversidad cultural y al diálogo social. Sus exposiciones han de convertirse en una razón para orientarnos hacia la discusión sobre nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.
Pero existen dificultades para conseguir ese objetivo. Para entender la función de un museo etnológico habría que evitar la ausencia o dispersión de conceptos claros sobre su misión social. La dispersión de objetivos del museo hace que su mensaje didáctico no esté en absoluto claro, exponiendo como parte de sus colecciones y fondos lo que podríamos considerar una colección etnológica sin orden ni concierto, al retortero, sin criterio museológico. Son muchos los museos etnológicos que ofrecen estos vacíos de contenido racional.
Se debería invitar a los visitantes de estos museos a participar en un debate sobre los fundamentos que se esperan de una institución de esta naturaleza, implicándose en la opinión sobre sus colecciones, en las prácticas expositivas del museo yen la relación de la institución con ellos mismos. Estos debates deben contar con la presencia de empleados del museo y sus responsables directos, para que puedan interactuar con los visitantes y sacar conclusiones muy valiosas. No estamos inventando nada nuevo, los círculos de calidad como fuente de datos sobre el público han existido desde hace mucho tiempo.
Nosotros creemos que todo gira en realidad en torno a la desafección que se produce entre muchos de los museos, no solo los etnológicos, sino también con los museos locales y el público que los visita. Podríamos hablar de una máxima obligada en la acción del museo etnológico, que pudiera enunciarse como «preservar, conectar, avanzar». Es fundamental que estos museos interactúen con los visitantes proponiéndoles acción en su participación dentro y fuera del museo, y es muy importante que se haga no solo con los visitantes foráneos sino también con la sociedad local. Es la estrategia de llamar a la acción desde la implicación voluntaria.
Life Magazine, «Dancers» (Blog de Kris Atomic)
No daremos hoy soluciones para generar ese modelo de interacción museo-visitante, creemos haber hablado extensamente de ello en artículos anteriores, pero sí queremos insistir en que los modelos de museo etnológico están absolutamente desfasados, sobre todo en el caso del museo local. No podemos llamar actualmente (2015) museo a un edificio en cuyas paredes se han colgado arneses, herramientas del campo, una boina, varias cestas de mimbre, una repisa con objetos de barro cocido – muchos de ellos ni tan siquiera muestran cartelitos explicativos -…. Eso no es un museo, es un almacén de cachivaches, eso es lo que hay que tener en cuenta y hay que cambiar. Esos museos deben reinventarse drásticamente, alejándose de la manera endogámica que tienen de verse y entenderse a sí mismos con enorme complacencia e inmovilidad. Los museos deben ser un instrumento de aprendizaje para la sociedad, no de alejamiento del conocimiento por aburrimiento, y tienen que familiarizarse con la aplicación de técnicas de interacción con los visitantes – de todas las edades y condición -, que son muchas, algo que resulta mucho más fácil y barato hoy en día con el uso de las redes sociales.
Tampoco hay excusa para el museo pobre, existen muy buenas ideas para recuperar al visitante que no cuestan dinero.
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Fotografía portada y redes sociales: Taylor Pemberton, «Cavalier Essential Accoutrements»