Hay un poema suyo señor Kipling, ese poema que usted tituló «If» («Sí» en castellano), que al lerlo u oírlo siempre nos seguirá conmoviendo profundamente. Es curioso porque cada vez que lo queremos disfrutar, sin leer, escucharlo solamente, le pedimos al señor Sacristán, no el de la iglesia sino a José el actor, que nos lo recite no una, sino más de tres veces – sí fuera tan amable -. Es un poema, que en estos oscuros tiempos que corren, muy valioso porque nos estimula, nos motiva y nos empuja. Un poema que nos emociona ahora y lo hará siempre. Olvidemos que la lectura del señor Sacristán venga patrocinado por una marca de combustibles fósiles; ¡que contradicción! Como somos muy aficionados al motociclismo, nos lo perdonamos, se lo perdonamos. Pero no es de esto de lo que queríamos hablar en realidad.
Penang, una isla del estrecho de Malaca y una de las provincias más pequeñas de Malasia. Penang es grande en realidad por muchas y diversas razones. Para nosotros, la principal es que en Georgetown, la capital, se han dado cita a lo largo de la historia un buen número de escritores a los que admiramos profundamente. Lugares donde los hoteles no solo son lugares que guardan secretos y cuentos, también son verdaderos museos; espejos de esas historias relatadas en las novelas más famosas que tanto hemos disfrutado y seguiremos disfrutando. Penang es calor tremendo y humedad, con un mar infestado de medusas y afiladísimos corales que hacen casi imposible el baño para aliviarse del horno que es este lugar; calores y atmósferas asfixiantes que tan bien describió Joseph Conrad en sus novelas de navegavión. Los hoteles del sudeste asiático, los que son más que centenarios, son museos sin serlo. Y seguimos en Georgetown, donde se encuentra el E&O Hotel.
Eastern & Oriental Hotel en Georgetown, Penang
El E&O Hotel, (The Eastern & Oriental Hotel) – http://www.e-o-hotel.com/ – la perla de Penang, es un lugar muy especial para nosotros. Entendemos como lugares especiales aquellos en los que la historia de la literatura y sus protagonistas flotan en su ambiente, el arte, la belleza exótica o las grandes emociones, o todo junto, por supuesto. Sí ha sido hotel favorito de Rudyard Kipling y coincidentemente el de Hermann Hesse, Somerset Maugham, Noël Coward, Agatha Christie, etc., tiene que ser por alguna razón especial. Es un museo vivo por donde el tiempo no ha pasado en absoluto. Si tienes la suerte de alojarte en él, lo primero que querrán hacer contigo es invitarte a recorrer el hotel como si fuera un tour cultural, con el orgullo de saber que te van a mostrar una joya con habitaciones. La amabilidad de aquella gente no tiene límites y es en esas ocasiones cuando se entiende perfectamente aquello del «lujo asiático». Es una amabilidad que a veces incomoda porque en la vieja Europa no estamos acostumbrados a tanta atención, y se empieza por desconfiar hasta que uno se encuentra a gusto y se libera al entenderlo.
Preguntamos donde se alojaban nuestro escritores favoritos, sobre todo Kipling, y nos llevaron hasta la puerta de su habitación; que resultó ser una suite inalcanzable para un bolsillo normal, ya exhausto después de casi dos semanas de viajes por el sudeste asiático. Si no hubiéramos llegado hasta allí casi por casualidad, la previsión nos daría el dinero suficiente para darnos el capricho de dormir en la habitación donde posiblemente Kipling escribió «If». Ya de noche, muy de noche, volvimos hasta la puerta de aquella habitación cuando todo estaba en silencio, cuando no se oía ni un solo ruido. El hotel parecía vacío, solo se oían las olas que rompían contra el malecón al otro lado de las ventanas.
Todo era silencio en la habitación de Rudyard Kipling
Acerqué el oído a la puerta y me pareció oír que alguien se removía en una silla. Tanto silencio permitía percibir hasta el más mínimo movimiento, menos el nuestro porque estábamos petrificados. Soñé con que fuera Kipling el que parecía estar al otro lado de la puerta. En realidad me hubiera dado igual si fuera Maugham en la habitación de Kipling, el que se removía en aquella silla, porque el sueño ya había comenzado. Soñé con que me atrevía a llamar a la puerta, con muchos nervios, en esos momentos donde se agudizan todos los sentidos; estar alerta en un momento que hasta el ruido de las palas del ventilador que hay en el techo se pueden oír como un estruendo. ¿Da usted su permiso señor Kipling? Y que un señor de gafas redondas y gran mostacho apareciera sonriendo al abrirse la puerta blanca de su habitación, esa puerta que ahora lleva su nombre grabado en una chapita de plata.
Gracias por abrirnos su puerta señor Kipling
Evidentemente aquello nunca ocurrió. Nuestro sueño se quedó en eso: un sueño. Nadie nos abrió la puerta, ni tan siquiera nos atrevimos a tocarla. Hubiera sido bonito que aquel que se movía en la silla al otro lado de la puerta blanca hubiese sido él. No pasó nada de nada. Quizás tuviéramos que recurrir al señor Wells para pedir que nos dejara su máquina del tiempo y volver a Georgetown en 1892. Una vez de nuevo en el hotel pero con 121 años de antelación, volver a llamar a su puerta y que esta vez sí nos abriera el señor Kipling. Mirando a nuestro alrededor sí que nos encontrábamos en 1892, pero nosotros pertenecíamos al sigo XXI, esa era una barrera espacio temporal infranqueable, salvo que el invento del señor Wells obrara el milagro.
Gracias señor Kipling por abrirnos su puerta. Abusando un poco de su paciencia y aunque no nos conozca, ¿podríamos pedirle que nos acompañe a tomar un coñac y disfrutar con usted del maravilloso bar del hotel? No queremos molestarle, sabemos que es muy tarde y por lo que parece se encontraba escribiendo. Le rogamos nos disculpe, nosotros nos vamos mañana y ya no tendremos ocasión de aprovechar un encuentro tan afortunado. Solo una vez en la vida se tiene ocasión de compartir, aunque sea un breve momento, con un Premio Nobel tan admirado por nosotros que ha sido capaz de escribir historias tan maravillosas, algunas aquí mismo, al otro lado de esa puerta que acaba de abrir. Tenemos curiosidad por saber muchas cosas de su trabajo, de su experiencia en la vida ¿Es la selva de Mowgli la que se ve desde nuestras ventanas? ¿Bagheera es en realidad una tigresa malaya? ¿Se encontraba escribiendo «If» en el momento en el que le interrumpimos, o era «El libro de la selva? ¿Una carta al marqués? ¿Qué porqué preguntamos tanto? ¿Me regala su pluma?…
Visitar lugares que guardan historias, visitando esos lugares mientras jugamos con nuestra imaginación, visitarlos acompañados de la visión de otros que anteriormente han sabido convertir esos lugares en poesía, novelas, reflexiones de la mano de la literatura. Viajeros además de escritores que nos emocionan, proporcionándonos el placer de darle un sentido literario a nuestros viajes, un plus maravilloso para los sentidos.
Terraza del bar Sarkies del Eastern & Oriental Hotel
Finalmente no pudo ser. El señor Kipling se disculpó, y después de despedirse de nosotros como todo un caballero inglés, cerró muy suavemente la puerta blanca para no despertar a su mujer que ya estaba durmiendo. Nosotros bajamos igualmente al bar de puntillas, un poco desanimados la verdad sea dicha. Al entrar en el Sarkies nos dimos cuenta de que no todo estaba perdido. En la barra del bar centenario se encontraba Hemingway tomándose un whisky «on the rocks» – ¿cómo no? – y, por lo que parecía, con muchas ganas de charlar. Y allí fuimos. Estábamos de enhorabuena en Penang.
El E&O tiene el lujo de la magía, el lujo de disfrutar de un lugar que te invita a soñar, el lujo de poder ver las cosas como eran antaño, cuando ilustres visitantes disfrutaban de esas «lejanas tierras». Eso es el lujo para mi.. Eso es el E&O
Gracias por describirlo de esa manera tan literaria…