El término de economía creativa ha surgido como un concepto que centra la atención en el papel de la creatividad como fuerza en la vida económica contemporánea, afirmando que el desarrollo económico y cultural no están separados sino que ambos pueden ser parte de un proceso de desarrollo más amplio. Pero, cuando se relaciona la economía creativa con la cultura surgen ciertas observaciones que debemos mencionar hoy aquí. En primer lugar, existe la idea de que la creatividad abarca cada vez más sectores y perfiles ocupacionales. Por lo tanto, la tendencia actual es la de ampliar las fronteras de su influencia, lo que no impide que nos sigamos planteando algunas cuestiones fundamentales. Como ya postuló el especialista Gaétan Tremblay (2008), el hecho de que el arte y la cultura estén en el centro de la construcción ideológica del nuevo modelo de la economía creativa, no se debe al peso económico de las actividades tradicionalmente asociadas con el sector cultural:
«Las sucesivas publicaciones de datos del British Mapping Document y de la UNCTAD revelan que las industrias culturales sólo constituyen, en términos de valor, una parte relativamente pequeña del nuevo sector denominado industrias creativas. En el primer caso, son los servicios de software y tecnología de la información los que constituyen la fuerza motriz del sector. En el segundo, el diseño actúa como conductor […]. De hecho, las actividades no tradicionalmente identificadas con las industrias culturales representan más del 65% de los ingresos totales de las industrias creativas». (Tremblay, 2008: 76, traducción no oficial).
Los modelos del sector cultural/creativo que enumeran una lista de actividades y ocupaciones, están basados en un aspecto específico de la economía creativa. Es cierto que la frontera entre enfoques sectoriales y transversales es a veces tenue. Los enfoques transversales se pueden dividir en dos grupos. El primero coloca a las artes y los artistas en el centro de un continuum que une la cultura con el desarrollo del mercado y la sociedad. El segundo considera el proceso creativo como un tema político, y busca descubrir las condiciones previas, la creatividad y la innovación, así como sus consecuencias sociales, espaciales y económicas. En cualquier caso, son enfoques que ponen de relevancia que los modelos tradicionales están en juego directo con el estudio de los impactos económicos de las acciones culturales.
Mike Quade
Observamos, en primer lugar, que el concepto de industria creativa implica la revisión de una división moderna entre nodos artísticos y comerciales de la cultura. En la actualidad, este modelo de industrias creativas tiende a dominar en los documentos de orientación y en las políticas. Más allá de los factores económicos, en sentido estricto, la noción misma de cultura corre el riesgo de ser diluida por el concepto de creatividad. Numerosos autores han insistido recientemente en este punto, incluso proponiendo el etiquetado a las empresas de este sector de actividad como «culturales», en lugar de «creativas».
En segundo lugar, algunas investigaciones demuestran que el aspecto económico predomina entre los indicadores. Mientras que algunos investigadores y organizaciones han comenzado a desarrollar aspectos más «sociales» y «cualitativos» (ver Poirier, 2005), las lagunas que se dan en la bibliografía especializada permanecen planteando las mismas cuestiones sin responder.
En tercer lugar, las investigaciones recientes invitan a la reflexión sobre la construcción de indicadores propios, alejándose de la borrosa estandarización, así como sobre la recopilación de datos. Los marcos de referencia de la economía creativa parecen relevantes para la definición de indicadores, logrando una «medición» más correcta y concreta sobre la contribución de las industrias culturales/creativas a la economía en general, y a la sociedad en su conjunto. Sin embargo, el carácter intersectorial y difuso de la economía creativa apunta hacia la dificultad para establecer indicadores apropiados.
En general, sería beneficioso a ambos lados del Atlántico poner de relieve los límites inherentes de los sistemas nacionales de clasificación industrial, a fin de tener debidamente en cuenta la «nueva» economía (Higgs y Cunningham, 2008b, Markusen et al., 2008). El recurso a los sistemas de clasificación estándar parece insuficiente para un análisis económico completo del macro sector de las industrias creativas, independientemente de las definiciones que se le atribuyan. En esencia, la economía creativa debe ser multisectorial y los datos (en términos de empleo, PIB, etcétera) deberían abarcar toda la economía o, al menos, estar dispersos en varios sectores. Además, en algunos casos, existe una falta de acuerdo entre los sectores identificados dentro de los marcos de referencia y los que se tienen en cuenta para la evaluación económica basada en la nomenclatura estadística oficial (Santagata, 2009: 54). Si nos limitamos a los datos cuantitativos, la falta de información estadística oficial sobre la economía digital, particularmente en lo que respecta a la «digitalización» de la economía, resulta perjudicial para la comprensión de la economía creativa (KEA, 2009). La información obtenida a este efecto, a través de la encuesta de empresas y otras organizaciones, es costosa y difícil de comparar entre un país y otro. Por otro lado, estos datos sólo cubren un número restringido de indicadores relevantes para medir el alcance económico del sector cuando se tienen en cuenta las dimensiones más cualitativas del concepto de economía creativa.
Otra complicación reside en el hecho de que los gobiernos utilizan diferentes métodos para la recopilación y el análisis de estadísticas, lo que dificulta las comparaciones internacionales (Van der Pol, 2008). El número particularmente elevado de indicadores propuestos por ciertos marcos estadísticos complica su aplicación con fines comparativos, si no los hace poco prácticos debido a la falta de datos o los costos asociados con la recopilación de datos (KEA, 2009). Además, como hemos mencionado más arriba, «la realidad es que hay muchos países, documentos políticos y literatura que utilizan el término «industria creativa» sin definirla claramente, y sin transparencia en el uso de datos para medirlos y compararlos» ( EURICUR, 2007: 3). Por último, las clasificaciones a menudo parecen estar al servicio de la retórica más que al de un análisis conceptual riguroso; al menos, la insuficiencia de herramientas metodológicas y estadísticas a nivel nacional e internacional es un problema del que se ha hablado en numerosas ocasiones. Además, algunas personas han pedido el desarrollo y definición de indicadores y estándares internacionales para poder llevar a cabo sus proyectos dentro de los márgenes del «sentido común global».
A otro nivel, la dificultad de determinar un conjunto específico de indicadores mensurables se debe a que su construcción responde a una variedad de intenciones y objetivos, que se producen antes o después del lanzamiento de las políticas. Brown y Corbett (1997: iii), citados en un informe de la IFACCA (2005: 19) sobre estadísticas culturales, muestran al menos cinco «usos» de indicadores (aquí indicadores sociales): descripción y comprensión (desarrollo de la comprensión), «vigilancia» (de la evolución de un sector), la definición de objetivos cuantificables (que deben completarse dentro de un horizonte temporal previamente definido), la rendición de cuentas y la verificación (eficacia y eficiencia de los programas y políticas).
Más allá de las razones por las que se utilizan los indicadores, su definición varía de acuerdo con la forma en que se prevén. En este sentido, el trabajo previo sobre la definición de indicadores de impacto cultural es muy revelador. En efecto, una visión general de literatura a este respecto muestra la multitud de distinciones en uso, ya sea sobre el embrollo general entre indicadores cuantitativos y cualitativos, o sobre los impactos económicos y sociales de la cultura. Además, algunos indicadores son más apropiados en una escala territorial que otra. Esta es, sin duda, la razón por la que el desarrollo de indicadores cualitativos se asocia en parte con el nivel local y el entorno urbano. Más típicamente, las metodologías cualitativas (entrevistas, círculos de calidad, muestreos, etcétera) también pueden ser empleadas dentro de un ámbito muy bien definido previamente. Los análisis a nivel nacional implicarían investigaciones de una escala sin precedentes. Sin embargo, esto no impide que las entidades nacionales desarrollen tales indicadores para integrarlos dentro de sus marcos existentes.
RECURSO:
Policy Research Group (2010): The Creative Economy: Key concepts and literatura review highlights. Patrimonio Canadien y Canadian Heritage.
Foto principal: Hirotoshi Ito
Si quieres recibir el listado bibliográfico sobre el tema tratado en el artículo de hoy, y también nuestro newsletter, rellena y envía el boletín adjunto, por favor. Si quieres recibir los artículos por correo electrónico completa el campo correspondiente en la página principal del blog. Gracias.
Un comentario en «Cultura, Creatividad y Economía»