Revisando todos los aspectos materiales relacionados con los museos en la actualidad, y reflexionando a partir de los estudios especializados referidos a la cultura material moderna, podemos trazar algunas nociones definidas con relación a la presencia de los objetos en nuestros museos. Lo que resulta evidente es que los objetos del museo nunca están ni estarán solos, flotando en el limbo de las cosas. Los elementos físicos en museos y galerías continúan formando parte de una generalidad, de un todo de información entre los propios objetos y los visitantes del museo. Es la interacción entre lo inanimado, lo físico y lo consciente, y constituye esos momentos en los que la razón material es percibida y experimentada sensorialmente por todos nosotros.
Sólo a través de esta interacción el objeto se manifiesta correctamente al espectador. Es en esa relación de efecto que se produce entre el visitante y el objeto compromiso cuando el artefacto material o espécimen se vuelve absolutamente real. Según la teoría de Tilley, la materialidad del objeto no existe ni se percibe aisladamente, sino que radica en la suma de una relación entre las cualidades del objeto y la forma encarnada tal como la experimentamos. Al mismo tiempo, por supuesto, la forma en que experimentamos los objetos se produce de manera significativa, aunque no exclusivamente, a partir de las propiedades físicas de los objetos en sí mismos. Como dice Gosden, «un edificio, una olla o una herramienta tienen ciertas características que condicionan la acción humana, proporcionando una determinada gama de experiencias sensoriales (excluyendo otras), imponiéndonos obligaciones en la forma de relacionarnos con los objetos y con otras personas a través de ellos» (2005: 196).
Fascinum
Las cualidades de apariencia visual de los materiales de un objeto individual expuesto en el museo no tiene límites de interacción. Los humanos existimos en un mundo construido alrededor de cosas materiales, un mundo que, como consecuencia de ese contacto con lo material a lo largo de la Historia, ha moldeado nuestras perspectivas y respuestas sensoriales. En ese contexto de la experiencia material «las personas se cristalizan en los intersticios entre los objetos, ocupando el espacio que les permite el mundo material, con [sus] sentidos y emociones educados hacia un mundo objeto» (ibid.). Estos aspectos culturales sobre las relaciones que se producen entre las personas y los objetos, pueden ser explotados por los artistas, curadores, diseñadores, creativos, para mejorar la experiencia del visitante respecto a los objetos expuestos en el museo o en galerías. En resumen, podemos decir que el objeto expuesto en el museo adopta dos formas que a su vez crean su propia apariencia física. Una primera forma, en la que el objeto nominal es simplemente un elemento que comunica datos – algunos de los cuales resultan ser materiales y otros son puro concepto inmaterial: ideas -. Y una segunda, donde el objeto expuesto en el museo experimenta una combinación entre lo físico y las percepciones sensoriales. La primera de estas propiedades del objeto expuesto se define como algo convencional en gran parte de la literatura existente sobre museos, afirmando que las propiedades materiales del objeto pueden o no ser de particular importancia en la percepción del visitante hacia ese objeto. Incluso si el hecho material tuviera relevancia, se trata de datos que se difuminan en la niebla de todo lo que no resulta realmente importante para el visitante. En la segunda definición del objeto, las propiedades físicas que percibe el visitante pueden producir esas emociones y sentimientos que resultan fundamentales para explicar o mostrar la naturaleza del objeto en toda su dimensión. Y seguramente es esta segunda opción, evitando el concepto de objeto como hecho exclusivamente físico, la que nos permite percibir realmente la singularidad del objeto expuesto en el museo; algunas instituciones incorporan sistemas de apoyo informativo importante, intentando combinar las dos opciones por igual. Lo curioso del caso, es que no se ha estudiado con rigor lo que puede implicar el uso de esos sistemas de apoyo informativo, no sólo los que se usan para consolidar la realidad de los objetos como conjuntos de información y significados, sino también aquellos que puedan aumentar las posibilidades de que el visitante tenga una experiencia completa en el museo.
De hecho, gran parte de lo que es interesante en la misma materialidad de los objetos es a menudo ignorado por completo. Incluso para aquellos – al margen de las teorías museísticas – que pretenden llamar la atención sobre la materialidad, sobre las cosas reales y su tridimensionalidad, como el peso, textura, temperatura superficial, olor, sabor y presencia espacio-temporal, se trata , a menudo, de un concepto casi inexistente (p. Ej. Straw 1999). Generalmente se echan de menos los detalles íntimos a partir de los hechos físicos, como pueden ser la relación de los efectos sensoriales a partir de una experiencia visual, táctil, sonora, oral, gustativa de las personas frente a lo material. Algunas veces es la visualidad más que la materialidad lo que se impone en los análisis existentes; en otras, en cambio, en lugar del objeto por sí mismo, predominan sus significados, su valor y contexto, a pesar de que cualquier pretensión respeto a él esté alejada de su propia naturaleza material (incluso si son esenciales para la comprensión general e interpretación del mismo). Glenn Willumson toma como ejemplo las fotografías expuestas en los museos:
«Con demasiada frecuencia, esta inscripción sociocultural suprime la materialidad de las fotografías a medida que se aprietan dentro de la retórica de sus historias canónicas y sus concomitantes espacios de colección y exposición. Históricamente, incluso cuando se presta atención a la materialidad de las fotografías, como es el caso de la obra de arte del maestro fotógrafo, se sumerge bajo el discurso de la estética». (Willumson 2004: 62).
Posiblemente, ya sea hora de que prestemos más atención al concepto de «materialidad» más allá de las discusiones bizantinas (aunque algunas sean importantes) sobre las cualidades estéticas y formales de las obras de arte o los análisis técnicos de objetos y artefactos arqueológicos (e incluso especímenes de historia natural). Esto implica que no debemos concebir el material como «algo para dar sentido a las cosas – un mundo de texturas sobre el que proyectamos significación -«, un mundo en el que «el significado sólo se percibe en las cosas» (Graves-Brown 2000: 4) .
En resumen, estamos hablando de la «preocupación interpretativa existente con la dimensión simbólica, representativa y comunicativa», que se ha «ido alejando de otros vínculos más básicos y directos de conocimiento» ( Malafouris 2008: 401). Añadiremos la emoción a la sensación física, adentrándonos en la cultura material aún no explorada. Hacer tal cambio no sólo ayudará a comprender mejor las distintas formas que tienen las personas para relacionarse con el mundo material, sino también las exploraciones estéticas y técnicas, además de los significados sociales y disciplinarios más amplios del objeto físico expuesto en el museo. Hacer este ejercicio resulta extremadamente importante no sólo en temas relacionados con la historia personal y social, sino también para poder explorar compromisos físicos y emocionales, íntimos y táctiles, sujetos a los objetos en el pasado y en el presente. Es, pues, una reflexión subordinada a cuestiones más amplias sobre el significado y el valor de los objetos, y no únicamente a aquellas que provienen de estudios resurgentes de la cultura material (fuera de los influenciados por estudios de cultura sensorial) que han florecido dentro de la antropología, u otras disciplinas, durante los últimos veinte años. Nos referimos a esas reflexiones que cada vez se recogen más en estudios y prácticas museísticas, aquellas que hablan de la institución por excelencia, que guarda y expone nuestro universo material.
RECURSO:
Dudley, Sandra: Museum materialities: objects, sense and feeling.
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