Utilizar las palabras correctas en los estudios relacionados con la cultura material siempre ha sido difícil, porque el término «objeto», entre otros, puede abarcar una gama muy amplia de definiciones, algunas de ellas bastante complejas. En los Estudios de Museos es más útil asignar el término «objeto» a piezas relativamente pequeñas y móviles para las cuales esa simple palabra es nuestro término de uso ordinario. «Artefacto» también puede ser utilizado de la misma manera, algunos dicen «cosas», empleándose estas tres palabras indistintamente sin marcar entre ellas una clara y particular diferenciación, una distinción potencial en el discurso museológico formal. Finalmente, entendemos que «cultura material» es la denominación utilizada como sustantivo colectivo, para designar una colección de «objetos», o «artefactos», o «cosas».
Sería útil abrir caminos a través del bosque de la confusión seleccionando algunas de las palabras claves relacionadas con el material del museo, y examinándolas de cerca. Un grupo de palabras estaría constituído por aquellas que se utilizan para describir una pieza individual, o en términos generales un número de piezas: «objeto», «cosa», «espécimen», «artefacto», «bien», en plural «bienes» (y «pieza»). Desde el punto de vista del museo, todos estos términos comparten un terreno común ya que nos referimos a ellos como un «elemento» del mundo físico al que se le ha atribuido valor cultural, una definición engañosamente simple.
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Un problema común a dichos términos, que promueve la típica discusión entre la especulación filosófica y los significados cotidianos asociados a las palabras, gira en torno al alcance que se les debe atribuir. En sentido estricto, los «elementos» del mundo físico al que se les atribuye valor cultural no se refieren únicamente a aquellos «elementos» capaces de ser trasladados de un lugar a otro, lo que comúnmente entendemos por «cosa» o «artefacto», sino también a ese otro amplio mundo físico del paisaje, con toda la estructura social que conlleva, las especies animales y vegetales que han sido afectados por la intervención del hombre. James Deetz lo expresó muy claramente en una famosa frase: «La cultura material es ese segmento del medio físico del hombre que está intencionalmente moldeado por él, de acuerdo con un plan culturalmente definido» (Deetz 1977: 7).
Así pues, toda expresión cultural, de un modo u otro, se halla dentro del ámbito de la cultura material y, si la definición de Deetz se traslada a su conclusión lógica, queda probada la relación. También es cierto que la cultura material de muchos museos se encuentra dentro de un marco bastante más amplio, tan grande como el paisaje que exhiben aquellos museos relacionados con el patrimonio industrial. Sin embargo, para fines de estudio, deben establecerse unos límites, por eso hablamos de los «elementos» que se pueden llevar de aquí para allá, «piezas discretas» que siempre han formado y todavía forman el grueso de las colecciones de los museos, contribuyendo a que éstos sean, y sigan siendo, lo que han sido siempre
Todo ésto nos lleva a un punto de gran importancia. Lo que distingue a los «elementos discretos» de los «elementos relevantes», si a una «pieza móvil» le otorgamos «valor cultural», y no primordialmente marcamos esa diferenciación por la mecánica que se ha utilizado para darle forma o contenido, es el modo que usamos para la creación del valor de la «pieza». La idea crucial es la de la selección, y es ésto lo que convierte una parte del mundo natural en un objeto y en una pieza de museo. Para explicarlo, podríamos poner como ejemplo la muestra de la roca lunar que está expuesta en el Museo Nacional del Aire y del Espacio de Washington DC:
«La roca lunar es una pieza real de la luna recuperada por la misión del Apolo XVII. No hay nada particularmente atractivo en la roca; es una pieza bastante estándar de basalto volcánico de unos 4 millones de años. Sin embargo, a diferencia de muchas otras viejas rocas, ésta aparece en una estructura parecida a un altar, colocada sobre un vidrio, y está rodeada con un sistema de seguridad permanente y un dispositivo de monitorización ultrasensible. Hay un cartel encima de la vitrina que dice: «Puedes tocarla con cuidado», y todos la tocan (Meltzer 1981: 121).
La roca lunar se ha convertido en cultura material porque, a partir de su selección y exposición, se ha integrado en una parte del mundo de los valores humanos, una experiencia material que, evidentemente, cada visitante quiere añadir a su propio sistema de valores personales. Lo que sucede con el ejemplo de la roca lunar es igualmente aplicable a todos los demás objetos naturales colocados deliberadamente dentro de los contextos humanos para su exhibición. A los millones de piezas de historia natural que se encuentran expuestas como colecciones del museo las denominamos «especímenes», que significa: «un ejemplo seleccionado de un grupo», y es el término habitual para definirlos.
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Evidentemente, la adquisición de un espécimen de historia natural implica una selección de acuerdo a los principios contemporáneos, el alejamiento de su contexto natural y la organización de algún tipo de relación preestablecida. Este proceso convierte a un «objeto natural» en una pieza distinguida por el hombre, lo cual implica que los objetos y colecciones de la historia natural también puedan ser tratados y valorados como cultura material. Todos los hechos físicos aparentemente «naturales» son en realidad hechos discursivos, ya que la «naturaleza» no es algo que exita previamente, sino que es el resultado de su construcción histórica y social. Llamar a algo «objeto natural», como dice Laclau y Mouffe (1987: 84), es una manera de concebirlo en base a un sistema clasificatorio: si el hombre no existiera, las piedras estarían en el suelo, pero como existimos, las «piedras» pueden dejar de ser «piedras», ya que los humanos hemos desarrollado la ciencia de la mineralogía, utilizando un lenguaje para distinguirlas y clasificarlas. Así pues, los especímenes de historia natural son «objetos humanos» y, por lo tanto, son susceptibles de un análisis social.
La «cosa» (nada relacionado con los «4 fantásticos») es nuestra palabra más común para designar a todas estas piezas. También se utiliza en el habla cotidiana, aplicándola a toda la gama de asuntos no materiales en nuestra vida cotidiana. El «objeto» comparte el mismo espacio tanto en el discurso ordinario como en el discurso intelectual, donde generalmente es utilizado. Las formas en que usamos estos términos y las implicaciones de dicho uso aplicado a lo material dentro de nuestro imaginario colectivo, pueden transformar el mundo en un hecho significativo o no. Por ejemplo, el término «artefacto» significa «hecho producto del arte o habilidad» y, por tanto, adopta una visión simple de lo que constituye un objeto material, concentrándose en aquella parte de su naturaleza que implica la aplicación de la tecnología humana al mundo natural. Debido a que el «objeto» está vinculado a las habilidades prácticas y, por lo tanto, relacionado con otras palabras como «artesano», «artefacto» se transforma en un término de bajo valor social, aplicándose a material considerado de escaso valor, como pueden ser las mesas y sillas ordinarias, y no a pinturas o a esculturas.
La palabra «bien» nos llega del mundo de la teoría de la economía y de la producción industrial, ahora también aplicado en la producción tecnológica, y se relaciona con ese aspecto de las piezas materiales (o servicios) que abarcan el valor de mercado que se les asigna, así como un tipo de cambio en relación con otros bienes y servicios similares o diferentes. Este es el tratamiento de la cultura material como mercancía, y los trabajos de antropólogos sociales, particularmente los de Douglas e Isherwood (1979), han demostrado qué pobre resulta una discusión puramente económica sobre lo material hasta que se le agregan dimensiones sociales o culturales de valor.
Foto principal y para redes sociales: Cargo
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Algunas interesantes consideraciones sobre las «cosas» en los museos: nada tan sencillo, nada tan complicado.