En la entrada de ayer hablábamos de los dinosaurios, especialmente de los «terrenales» con los que los peques podían dormir. Nos recordó que en los museos de historia natural, casi en su total mayoría, los «dinosaurios de tierra» o mixtos (reptiles), ganan por goleada a los que procedían del mar, salvo el consabido fósil de Trilobites que nunca falta en un museo de ciencias que se precie. Es muy raro encontrar una exposición realmente extensa de especímenes provenientes del mar en el periodo Jurásico, por ejemplo, a pesar de que la Pangea, en aquella época, disfrutaba de un enorme océano que invadía gran parte del globo.
«Archivo» de pájaros del Museo de Historia Natural de Washington D.C.
A lo que vamos, la primera vez que visitamos el Museo de Historia Natural de Washington D.C. – http://www.mnh.si.edu/ (Institución Smithsonian) – fuimos a ver directamente la exposición «Viaje a través del Tiempo» de la sala Sant Ocean. Allí, aun hoy, podréis encontrar una gran colección de vida marina fósil que se remonta hasta hace 500 millones de años. Nos sobresaltó, como pocas veces había pasado anteriormente, un vestigio fosilizado de una criatura marina gigantesca. Fue posiblemente la criatura más temible existente a lo largo y ancho de la historia de la fauna de la tierra y curiosamente el que menos ha evolucionado de todos hasta hoy día. Solo ha cambiado su tamaño, haciéndose mucho, muchísimo más pequeño. Hablamos del Carcharadon megalodon, popularmente conocido como el tiburón blanco gigante.
Al dueño de estas mandíbulas no había quien le hiciera sombra en territorio marino
Con hileras de dientes con perfil de sierra tan grandes como una mano adulta, el Megalodón vivió hace 25 a 1.500.000 años, en el periodo del Mioceno. Era el tiburón más grande del mundo, alcanzaba los 20 metros y las 80 toneladas de peso. Recorría los océanos cálidos (aunque los fósiles se han encontrado en todo el mundo) comiendo alrededor de 2.500 kilos de comida cada día. Su dieta diaria incluía las ballenas. Un estudio del año 2008 calculó que este tiburón gigante tenía una fuerza de mordida de 12 a 20 toneladas, alrededor de 6 a 10 veces mayor que la de los modernos tiburones blancos, unas criaturitas comparadas con esta bestia gigantesca.
¿Qué lo llevó a su desaparición? Los científicos no se ponen de acuerdo, pero la reducción de su habitat natural podía ser la razón fundamental el hábitat. Cuando este tiburón vagaba por los mares, el mundo se estaba formando creando la cordillera del Himalaya y las Montañas Rocosas. El Istmo de Panamá se elevó desde el mar para separar el Atlántico y el Pacífico, y luego glaciación masiva convirtió gran parte del agua del mundo en hielo. Estos cambios afectaron a los grandes tiburones, posiblemente afectando a su dieta y al habitat donde criaban a sus crías, y que simplemente les hizo imposible sobrevivir en el nuevo mundo. Su desaparición, el no poder ver una criatura tan magnífica, es una tristeza para los científicos pero una gran alegría para surfistas y submarinistas.
La criatura podía partir una ballena en dos de una dentellada
A diferencia de otros depredadores marinos de la prehistoria – que se limitaban a vivir en las costas, ríos y lagos de ciertos continentes -, el Megalodon tenía una distribución verdaderamente global, aterrorizando a las ballenas en los océanos de aguas templadas de todo el mundo. Al parecer, lo único que mantenía alejados a los Megalodones adultos de aventurarse demasiado lejos de su habitat natural hacia tierra firme, era su enorme tamaño, lo que les hubiera varado al ser tan impotentes como los galeones que cruzaban el Atlántico en el siglo XVI.
Mostrando un diente de un Megalodón pequeño
Los rumores sobre la supervivencia del Megalodón persisten en Internet, otra leyenda «urbana». Pero ningún ejemplar vivo, o incluso vestigios de dientes «frescos», nunca se han encontrado, por lo que es muy poco probable que todavía exista este tiburón salvo en las novelas. Nosotros podemos decir que después de haber bajado en una jaula en el golfo de Gansbaii (República Sudafricana), y haber recibido la envestida de un gran tiburón blanco (un boquerón en comparación con el Megalodón), nos alegramos de que no haya posibilidad de encontrarnos uno por casualidad, aunque, eso si es cierto, sería fascinante verlo en acción.
La novela de Steve Alten «MEG», es bastante divertida jugando con la posibilidad de que el Megalodón aun exista.