La luz puede afectar e influir en la percepción y en las emociones humanas. Puede enfocar nuestra atención, generar un estado de ánimo determinado y utilizarse, además, como herramienta en el campo de la investigación museológica. También puede emplearse como instrumento para representar una acción y como medio para comunicar una idea. Lo que hoy planteamos aquí es cómo gestiona el museo las fuentes de luz. Nosotros jugamos con la hipótesis de que la luz no solo transmite mensajes que a veces pueden llegar a ser narrativos, sino que también, de una manera un tanto codificada, posee una función formativa. En algunos museos, la luz está siendo utilizada por parte del personal del museo, artistas y otros agentes, y de manera innovadora, como una herramienta para facilitar y guiar la interpretación. Puede ser valorada como un concepto cultural desde una perspectiva analítica. Además, es un medio artístico, un elemento fundamental en el diseño de las exposiciones, que se halla en contraposición con el uso de la sombra o la ausencia de luz.
Pero lo que realmente nos ocupa es la importancia de la iluminación en la exposición del museo. Este elemento esencial del diseño de exposiciones, en nuestra opinión, no se aborda suficientemente durante ese proceso de diseño. Y se trata de una negligencia que puede ser responsable de hacer que se pierdan fantásticas oportunidades visuales e interpretativas y, en el peor de los casos, conducir a la degradación y eventual destrucción de las obras de arte y de los objetos, un efecto que, en la práctica del diseño de exposiciones, se ha conformado para que no ocurra. La luz no es un medio vacío sino completo y, por lo tanto, siempre hará de guía en la interpretación de las obras de arte y de los objetos. Puede desplegarse al servicio del artista, del comisario, del autor y, lo que es más importante, del público.
Existen modos aún no explorados de ver la luz, como poder «observar lo invisible», con todo lo que implica el uso de esta metáfora en el contexto de un museo. La luz genera una fascinación especial debido a sus propiedades físicas y a sus múltiples manifestaciones, y ésto repercute en los afectos psicológicos y en la percepción de la vida. El fenómeno de la luz, con todas sus facetas radiantes matizadas, afecta directamente a la conciencia humana, y podríamos contemplarlo desde una perspectiva fenomenológica a fin de entender este concepto omnipresente en nuestras vidas.
La luz, por tanto, es un elemento esencial que forma parte de la narrativa museográfica. En el entorno del museo, la luz-herramienta se despliega como un dispositivo de creación. El «diseño de la luz» nos permite conducir a los visitantes de la exposición a vivir una experiencia común, pero «iluminando» a cada uno individualmente en una trayectoria que es única. Si el objeto en exposición es una pintura, escultura, vestuario o una instalación, podemos tomar decisiones sobre cómo iluminar los objetos para que comuniquen un mensaje al público y les otorgue un significado. Los museos deben desplegar la luz como una poderosa herramienta que ayude a la interpretación.
Por otro lado, la luz puede guiar y manipular la atención e interpretación de los espectadores. Esto tiene que ver con la noción de disciplina de Foucault en la que el movimiento y control de los cuerpos se ven afectados por el poder aislante de la luz. Es un tipo de «poder» que coacciona al cuerpo al regular y dividir su movimiento, el tiempo y el espacio en el que se mueve. También resulta ser una disciplina anatómica si pensamos, por ejemplo, en el órgano de la visión, que permite, o no, utilizar la vista sobre una base de patrones esperados y predeterminados relacionados con el funcionamiento fisiológico del ojo. ¿Convierte la luz a los objetos en sujetos pasivos o en participantes activos? Realmente permite que se den ambos casos, pero debemos conocer cómo.
En el contexto de los museos, las exposiciones pueden entenderse como la revelación pública de una historia en una forma principalmente visual. La exposición, desde una perspectiva museológica, implica que los visitantes adquieran algún tipo de significado y se expongan a los contenidos, es decir, entren en contacto visual no solo con los objetos materiales en exhibición, sino también con elementos inmateriales, como los campos de luz, que son las formas en que la luz contribuye y colabora a crear un tipo particular de exposición: las exposiciones en los museos.El modo de iluminar los objetos y artefactos influye en la manera en que el espectador los percibe. Por ejemplo, la luz dirigida desde diferentes ángulos puede oscurecer o mejorar la definición de la superficie y detalles como el color o la textura. Las elecciones del museógrafo respecto a la iluminación nunca han de ser utilitarias ni arbitrarias y deben resaltar el criterio y opinión de los curadores sobre el objeto a iluminar. Al proporcionar una luz que no sea de esas características, los objetos se exponen de una manera física pero también retórica, remarcando atributos de superficie y cualidades internas. Al mismo tiempo, a partir del discurso del museo dirigido a la interpretación del espectador, se genera un argumento didáctico sobre los efectos de la luz. La forma específica de exponer en un museo constituye una relación comunicacional entre el objeto y el espectador, y la luz se convierte en una de las herramientas o medios que construyen dicha relación.
En conclusión, debemos insistir en que la iluminación de las exposiciones en los museos esté bien concebida y diseñada. Dado que la luz es esencial para la visión, y ésta es un ingrediente indispensable para la exposición, no solo ha de tener una misión comunicativa sino que además, y aún más importante, debe desarrollar una función didáctica con relación a las obras de arte, los objetos, las colecciones y en ocasiones, incluso, ha de considerarse parte de la obra en sí misma, en el caso de las obras de luz y piezas de instalación. En cuanto a los museos de arte, hemos de decir que la luz es, de alguna manera, accesoria a la propia obra de arte. Ésta, requiere una iluminación bien estudiada que facilite la recepción máxima del espectador – aparte de un lux adecuado en el espacio expositivo – y permita apoyar la visión humana en el recorrido.
Los efectos de la luz pueden aumentar y potenciar la narrativa de una exposición. La museografía estudia este papel importante no solo en cuanto al espacio individual del objeto, sino también respecto a la forma de reunir la narrativa de toda la exposición en un determinado espacio. Comprender cómo la luz narra al espectador, prepara el terreno para determinar sus usos más específicos dentro del entorno del museo.
Para terminar, es importante analizar el proceso creativo más allá de la utilidad de la luz para iluminar las formas, teniendo en cuenta el modo en que se despliegan las sombras tanto en la exposición como en el plano artístico. Debemos considerar los tipos específicos de sombras que aparecen como formas oscuras en las superficies, además de la oscuridad relativa que puede comunicar una idea y su función didáctica con relación al objeto. Las sombras influyen en nuestra percepción y constituyen un medio necesario para completar el diseño de la exposición. El ambiente luminoso del espacio no solo se compone de los efectos de la luz, ya que tanto la oscuridad como la sombra juegan un importante papel dentro de la exhibición. Hablamos de un juego de operaciones complejas y multifacéticas, en un sentido museológico, que trascienden las fronteras disciplinarias entre los diferentes tipos de prácticas expositivas. La luz es una herramienta dinámica y un medio vibrante para las exhibiciones que debe ser concebida a partir de la creatividad aplicada a un buen diseño museográfico.
Recurso:
Katzberg, L.M. (2010): Cultures of light: contemporary trends in museum exhibition. UvA-DARE (Digital Academic Repository) Ámsterdam, Países Bajos.
Fotografía principal: Lighting Portal – MAXXI: National Museum of the 21st Century Arts.
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