Hace unos días hacíamos memoria sobre el valor de la ilustración y de los ilustradores, las obras de arte que acompañan a los libros de cuentos y narraciones, que lo hacen todo aun más bello. Los libros de edición muy cuidada, aquellos que queremos guardar para siempre y tenerlos a mano para que, de vez en cuando, los liberemos de su sitio en el estante invitándonos a hacer con ellos viajes fantásticos con increíbles aventuras. Son libros que han dejado huella en nuestra infancia, con sus fantásticos dibujos guardados en nuestra memoria para siempre. Son esos libros que deseamos que sean apreciados también por nuestros hijos y sobrinos. Libros con «dibujos», aquellas ilustraciones que a nosotros nos han hecho viajar sin movernos del suelo, son hijas de la tradición romántica del arte en estética y la sensibilidad. En relación al Romanticismo, Baudelaire dijo: «El romanticismo no se halla ni en la elección de los temas ni en su verdad exacta, sino en el modo de sentir. Para mí, el romanticismo es la expresión más reciente y actual de la belleza. Y quien dice romanticismo dice arte moderno, es decir, intimidad, espiritualidad, color y tendencia al infinito, expresados por todos los medios de los que disponen las artes».
«El naufragio de la Medusa» / Theodore Gericault – 1819 (nos gusta más este título que «La balsa de la Medusa») – http://www.louvre.fr –
Compartimos esa manera de sentir el arte y la estética; un sutil velo entre la realidad y los sueños. Hace un tiempo hablábamos del impacto que que puede tener en nosotros, cuando somos niños, una narración, un cuento, una idea, una visión, un sueño, una película o una obra de arte (sí vemos a un niño/niña solo/sola delante de un cuadro durante más de cinco minutos, por ejemplo, no nos debemos intranquilizar). La obra de Caspar David Friedrich, imagen que abre la entrada de hoy «Caminante sobre mar de nubes», lleva revoloteando en nuestro pensamiento desde que la vimos – desde que la vi – hace muchos, muchos años, cuando era un niño; muy impactante para mi. Fue impactante tanto como que aquella escultura del hermafrodita (recordando entrada «¿Para mayores de 18 años?»), pero de otra manera más íntima si cabe. Lo mismo ocurrió con la obra «El naufragio de la Medusa» de Gericault, «El coloso» de Goya, Delacroix, Caspar David Friedrich, todas las obras de Turner, etc. Sentía y siento verdadera fascinación por esa forma de reflejar un mundo entre la ensoñación y lo mundano a través del dibujo y la pintura. El Romanticismo, a nuestro modo de entender, es la expresión máxima de la imaginación compartida. Habrá quien opine que eso es más propio del Surrealismo, pero creemos que no, que el Surrealismo es una herencia del pasado con una expresión estética sin brumas, pero con toda la violencia en el uso de una desaforada imaginación. El Romanticismo es delicadeza incluso cuando llega a su máxima expresión en la representación de esa violencia en tiempos muy revueltos para la sociedad (Revolución Francesa), como es el caso de Delacroix, un buen ejemplo.
La libertad guiando al pueblo (Eugene Delacroix – 1830) – http://www.louvre.fr –
Los ilustradores de cuentos de finales del siglo XIX y principios siglo XX, principalmente americanos, sintieron con toda seguridad esa particular fascinación por el Romanticismo. Aquellos maravillosos artistas tomaron el testigo de lo romántico aplicándose en el «arte menor» de la ilustración, que de menor no tiene nada. Las historias de piratas, hadas, magos, caballeros medievales, países exóticos… Exigían un renacer del Romanticismo. Los libros de cuentos y narraciones se llenaron de imágenes bellas que recordaban a aquellos artistas que abrieron una nueva era en la pintura del siglo XVIII hasta que llegó el Realismo y la Revolución Industrial.
«Luna y luz de fuego» de Thomas Cole, romántico americano 1828
Como decíamos, los libros de cuentos hicieron recordar la existencia de aquellos artistas que no fueron tan apreciados como lo serían los realistas o los impresionistas, quizás porque su obsesión por el ideal romántico no era compartida por los que no lo eran en absoluto. No hay nada menos romántico que un crítico de arte. Que se lo pregunten a Turner. La llegada de la evolución Industrial tampoco ayudó. Pero no todo se perdió ya que las editoriales, sobre todo americanas, entendieron que las ilustraciones siempre formarían parte de una buen cuento. Una buena historia tenía que apoyarse necesariamente en imágenes que dieran un empujón a nuestra imaginación adolescente, como un pistoletazo de salida en una carrera. Grandes narradores como fueron Washington Irvin, Poe, Stevenson, Twain, Melville, London, Dickens, etc., seguro que estarían muy agradecidos a aquellos ilustradores que reforzaron sus historias llenando la imaginación de todos nosotros con cientos de sueños.
Dean Cornwell, ilustrador americano (1892 – 1960)
William James Aylward (1875-1956)
Y muchos más…