La autenticidad se puede enunciar como la «cualidad original», como «el origen real de un objeto o espacio». La definición de cualidad original se aplica a algo que se ha creado en el pasado, atribuyéndole un determinado tiempo y espacio en la historia, propiedades que determinan su validez histórica. Partimos de la base de que la acción de la restauración no altera ni arruina la calidad original de los objetos históricos. La acción de restaurar, recrear o renovar no los transforman en réplicas; siguen siendo objetos y espacios originales y por lo tanto mantienen su cualidad original. Por el contrario, la autenticidad de la experiencia podría muy bien cambiar la percepción de la historia, dependiendo de cómo se muestren los espacios y objetos y qué significado generan en su encuentro con los visitantes, desde sus perspectivas personales e individuales.
«Pinturas abandonadas» de Vence Hajdu
Pongamos un ejemplo: la composición en la distribución espacial y la estructura original del Palazzo Doria Pamphili de Roma y las reconstrucciones espaciales a gran escala, con la exposición de mosaicos y frescos más o menos intactos, en el Palazzo Massimo, nos evocan la sensación de encontrarnos en entornos auténticos. Si le echamos un poco de imaginación, podremos llegar a «visualizar» las exposiciones en su conjunto y hacernos una idea de lo que podría haber sido vivir en estos lugares hace cientos de años. Los espacios en el Palazzo Doria Pamphili ofrecen la oportunidad de entrar en sus habitaciones, generando la experiencia de «estar allí» en el siglo XVII o XVIII. En el Palazzo Massimo, los objetos nos transportan a un viaje en el tiempo, donde podremos «vivir» en habitaciones rodeados de los frescos figurativos que cubren sus paredes. Estas sensaciones son similares en los dos palacios, y la única diferencia real en la experiencia que viviremos en ellos está relacionada con las localizaciones. Los frescos y los mosaicos en el caso del Palazzo Massimo no están en su entorno original; han sido trasladados de un lugar a otro y reconstruidos en este museo. Los espacios del Palazzo Doria Pamphili, sin embargo, están donde siempre han estado. ¿Qué experiencia resulta más auténtica?
Existen muchos museos en el mundo alojados en inmuebles históricos, a menudo musealizados con la intención de dar la impresión de estar ahora como lo han estado siempre, preservando así la ilusión de su autenticidad. Sin embargo, es sólo eso: una ilusión. No es posible percibir realmente los espacios como lo eran originalmente, porque estamos vinculados a un cierto punto de vista arraigado a nuestro tiempo y en el contexto en el que vivimos. Por lo tanto, en realidad «no hemos estado allí «, pues nuestros marcos de referencia están incondicionalmente restringidos al conocimiento que tenemos de la historia, filtrada, a su vez, a partir de nuestra perspectiva contextual contemporánea. Como dice nuestro buen amigo Alfonso Mateo-Sagasta en su libro «La oposición, un relato sobre la invención de la historia»: «Debo llevarle la contraria: el presente no es consecuencia del pasado. Más bien, el modo que contamos el pasado es consecuencia del presente».
Por otro lado, Risnicoff de Gorgas dice: «la objetividad no existe en la exposición, dado que cada objeto se presenta como un algo interpretado, puesto con énfasis». También subraya que el objetivo del museo «no es la historia o la vida por sí misma, sino la representación de la historia o la vida; no el pasado en sí, sino su representación». Por lo tanto, los museos y espacios históricos nunca están completamente intactos, aunque lo parezcan. Esto es algo importante porque no se trata sólo de un enunciado aplicable a los museos de lugares históricos sino, en más o menos grado, a todos aquellos que muestren objetos históricos. Sin embargo, Risnicoff de Gorgas sostiene que aunque hay manipulación involucrada, también hay un cierto grado de autenticidad y «realidad»:
«La ficción es retratada como realidad en estos «teatros de la memoria» que son los museos de lugares históricos. Este tipo de gestión escénica proporciona, por un lado, las huellas indelebles de los que vivieron y utilizaron los objetos originales y cuyos fantasmas todavía se pueden sentir, y, por otro, los significados atribuidos por los museólogos-conservadores, los investigadores y los museógrafos».
Mónica Risnicoff de Gorgas reconoce que todavía hay una cierta presencia de la historia en espacios específicos de este tipo de museos, presencia generada por los elementos y objetos espaciales originales que se encuentran en ellos. Enfatiza que las exposiciones consisten en una «representación de la realidad». Sin embargo, Risnicoff de Gorgas sugiere que esto es algo que los visitantes a menudo parecen ignorar, ya que los museos de lugares históricos buscan dar la impresión de ser «reales», pero dentro de una realidad manipulada (trabajada), con el objetivo de que los visitantes crean que son viajeros en el tiempo al entrar en el museo.
Es normal creer que los visitantes esperen que todo aquello que aparece en un museo, y más concretamente en un museo de un lugar histórico, haya sido preservado (arreglado) en el tiempo, pero es más probable aún que la mayoría de estos museos lo que estén buscando en realidad sea mostrar su material histórico de la mejor manera posible, normalmente con el uso de vitrinas. Esto es crucial en cualquier museo que pretenda representar la historia, sea cual sea su período histórico o categoría; si no hay elementos históricos que mostrar al público, se podrá cuestionar su entidad como un museo de la historia. En consecuencia, la experiencia de observar en vivo y en directo algún componente histórico original es lo que normalmente espera cualquier visitante que llega a un museo de la historia, mientras que sólo algunos buscan que el entorno y el escenario (continente) del museo sean los originales. Como hemos mencionado anteriormente, los visitantes son generalmente conscientes de las condiciones del museo como género, que es un lugar tanto de «realidad concreta» como de «representación de la realidad». Una vez más, no debemos insultar al intelecto de los visitantes del museo. Ellos, o mejor dicho, nosotros, probablemente tenemos algún tipo de pre-concepción al entrar en un museo. Incluso si no sabemos nada sobre las exposiciones o el perfil de un museo específico de antemano, conservamos la idea de lo que son los museos, porque poseemos «memoria de género». Aun teniendo la certeza de que los museos son mucho más que lugares que «sólo» representan la realidad, eso no nos impide que deseemos estar inmersos en una exposición estimulante, sea como sea.
Al igual que Risnicoff de Gorgas, Hilde S. Hein reflexiona sobre la cuestión de la autenticidad y la cualidad original. Sin embargo, su enfoque se centra no tanto en experiencias auténticas con relación a los objetos originales, sino en aquellas que se priorizan a partir del diseño de las exposiciones. Hein argumenta:
«La predisposición del museo a la creación mundial, bien adaptada al espíritu de nuestro tiempo, es reivindicada en la práctica exitosa, y la autenticidad de los mundos así creados sólo necesita la experiencia convincente de los visitantes del museo para validarla. Donde las representaciones pasadas de la calidad del museo pudieron haber dado poca notificación a lo que parecía solamente un subproducto, hoy esa producción se pone en primer plano como esencial, y la capacidad del museo de fabricar experiencias (más bien que confirmar la realidad) se celebra como su razón de ser. La medida del museo se toma por la intensidad de la experiencia que manda y el grado en que esa experiencia se siente real».
Afirmar que los museos no «confirman la realidad» sino que la «fabrican», es algo discutible. Hein parece indicar que la experiencia como un factor en los museos amenaza la validez de los objetos originales como narradores de la «verdad». También afirma que existe una tendencia en los museos a «valorar el significado emotivo sobre el cognitivo. Identifican lo experiencial con lo empático, y al llamar a una realidad de la experiencia, en secreto, dan prioridad a la evocación del sentimiento». Parece aquí que Hein, entre otros muchos, separa las experiencias de la estimulación cognitiva de la comprensión. Esta perspectiva establece una vez más la idea de que estas dos maneras de dar significado a la visita a un museo dependen en gran medida de la diferencia entre la mente y el cuerpo.
Es posible que Hein no esté afirmando, explícitamente, que los humanos seamos incapaces de experimentar en varios niveles de realidad. Argumenta que los museos están perdiendo contacto con la «realidad» al relegar los objetos al papel de actores de apoyo en lugar de ser las estrellas del espectáculo. Nosotros creemos que los espacios de los museos diseñados para experimentar pueden ser tan «reales» como los propios museos, con un claro enfoque en los objetos, como espacios con un diseño de cubo blanco. Además, no podemos olvidar que todos los espacios proporcionan una experiencia independientemente al diseño, pues, como dice Henri Lefebvre, «el espacio nunca está vacío: siempre encarna un sentido». La experiencia nunca puede ser anulada; mientras nuestros sentidos registren un ambiente alrededor, experimentaremos, sentiremos, comprenderemos… y seremos capaces de asignar un significado a lo percibido. Ese significado podrá ser nuestro personal o inducido por un contexto previamente manipulado. En cualquier caso, no existe manera posible de eliminar las sensaciones (emociones) que tengamos durante una visita al museo; esas sensaciones-emociones serán las narradoras de su historia.
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Foto principal y para redes sociales: CJWHO
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