La relación entre museos y sociedad ha ido evolucionando progresivamente a lo largo del tiempo. Si tomamos como referencia los museos modernos, consecuencia del proceso evolutivo en lo cultural de la Ilustración del siglo XVIII, comprobamos que ha sido un viaje largo y no precisamente por un camino de rosas. Aquello que era en su época patrimonio de las castas privilegiadas que detentaban el poder político y económico, o de los lobbies de ilustrados afines al régimen, con la llegada de los estados modernos del siglo XIX, se fue haciendo accesible al pueblo, a la sociedad, a la comunidad, de una manera sencilla y fluida. Todo este proceso culminó con la total universalización de los museos en el siglo XX – con o sin el pago de una entrada -.
«The graphic canon», Lesley Barnes
Existen colecciones que se han creado y se crean con el objetivo y voluntad de ponerse al servicio de la sociedad y otras que no, que para nada. El proceso de creación de una colección, de unos fondos museables (palabro de nuevo, con perdón), viene determinado por lo accesibles que pueden resultar esas colecciones para la sociedad.
Podríamos decir que existen unas colecciones que se crean a partir de las nociones de la Revolución francesa y otras a partir de la Revolución Industrial. No es lo mismo, por ejemplo, una colección originada en el seno de una casa real de la vieja Europa, o en una comunidad que en su día fue expoliada por los colonos, o a partir de botines procedentes de las campañas militares, como sería el caso de lo que han hecho el Museo del Louvre o del Museo Británico, que colecciones que han surgido como resultado del mecenazgo de una persona o grupo de personas amantes del arte y de la cultura sin ánimo alguno de especular. Se conocen casos de industriales con mucho dinero que deciden regalar a la sociedad donde conviven un museo – hemos mencionado a varios de ellos en alguna de nuestras entradas anteriores -.
En realidad, muchos de estos museos privados se constituyen después de la desaparición del mecenas y/o coleccionista, quien, una vez muerto, deja en testamento que se constituya una fundación para que gestione una colección determinada o bien la cede a una institución ya existente a cambio de que la donación reciba su nombre. En Estados Unidos se concentran muchas de estas iniciativas museológicas post-mortem: Guggenheim, Getty, Barnes, etcétera. A nosotros los que más nos gustan son los museos que se han creado a partir de la generosidad de una familia: Museo Sorolla y pocos más.
«Society, you crazy breed», Belgian Graphic Design (Veerle)
A medio camino entre estos dos modelos podrían situarse aquellos museos que nacen con el impulso de la propia sociedad: hay muchos ejemplos dentro de esta categoría, afortunados somos, como el Children’s Museum de Boston, que nació fruto de un impulso de profesionales en el olvidado barrio Jamaica Plain de Boston, en 1913. Todo esto sin mencionar las iniciativas que parten de impulsos puramente corporativos con el ánimo de hacerse autobombo en la mayoría de los casos, pero al menos nos dejan un equipamiento museístico, más o menos valioso: BMW, Red Bull (Hangar-7), Coca-Cola, etcétera.
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Fotografía portada y redes sociales: Wee Society en Behance
Wow yo amo los museos y son cosas que deben estar más cerca de las personas, sin inhibiciones pues ese el el punto fundamental de las muestras valga la redundancia que se muestre al público en general el amor, la pasión la creatividad etc… Es de interés público cada espacio de un museo y además las interpretaciones y comentarios son cosas muy importantes, al creativo o artista lo nutre la opinión de su público, saludos