Mientras que algunos estudios recientes exploran la idea de que el conocimiento se consolida sobre el concepto de su universalidad alejándose de lo físico, hay especialistas que ponen de manifiesto el concepto de que ese saber puede adquirir una autoridad incontestable si va acompañado de una composición constructiva y ubicación física concreta, con una forma determinada por lo físico. Estos especialistas han bautizado esa teoría de la ubicación física del conocimiento como Racionalidad Localizada.
En el trabajo realizado por el doctor David. N. Livingstone titulado «Putting science in its place» («Poniendo a la ciencia en su sitio»), el aventurero doctor defendía la importancia del concepto de situación. Afirmaba que el museo debe ocupar un lugar distintivo en el desarrollo de la investigación científica, tanto como lugar de almacenamiento y aprovisionamiento de todo tipo de objetos, como sitio donde poner orden a ese conocimiento, siguiendo un orden específico y espacio donde enseñar a las personas a observar el mundo, a valorar el pasado y a entender las relaciones entre especímenes. Otros autores han destacado la importancia de los museos en la configuración de las geografías del poder y del espacio, o el papel de los museos metropolitanos en las construcciones de aquel conocimiento que era respaldado por las políticas imperiales.
Antiguamente, los museos de las ciudades eran lugares de prestigio y reputación cívica, donde los edificios estaban obligados a generar respetabilidad y aceptación entre las filas de la élite burguesa local. Pero hay mucho más respecto al concepto de que los museos eran un adorno para la ciudad y, bajo ese nivel de percepción social, estaban valorados como complementos físicos del conocimiento y, por tanto, así se debían mostrar.
En la actualidad, los museos y sus actividades se sitúan en el punto de mira de las culturas urbanas, donde los temas que afectan a la esfera pública, en las diversas formas en que se constituye la cultura moderna, multiplican los espacios rituales y ceremonias de dicha cultura pública. Incluso en pequeñas sociedades locales, en lugares relativamente remotos, reafirman su identidad común y su presencia pública a partir de la creación de un museo local. Pero, ¿todo este despliegue constructivo tiene realmente consecuencias medibles en la creación de conocimiento en formas locales de organización? Se ha investigado mucho sobre la interrelación entre conocimiento y museos, pero los estudios comparativos siguen siendo escasos. Esos posibles estudios nos ayudarían a conocer el nivel de impacto en el conocimiento que podría surgir de la ubicación de estas instituciones y cómo los museos, en diferentes lugares y países, se relacionan con un cosmos museológico más grande del que forman parte de una manera u otra.
No hay duda sobre la importancia de la existencia de los museos en las principales ciudades del mundo. Esto es aún más evidente a partir del siglo XIX, especialmente con el agrupamiento de estas instituciones en los denominados distritos de museos, como es el caso del Paseo del Prado en Madrid o la Isla de los Museos de Berlín, entre otros muchos. En Viena, los museos formaban parte de un esquema formal de diseño urbano destinado a realzar la ciudad e impresionar al visitante con la magnificencia e importancia de sus instituciones. La ubicación ayudaba a reafirmar la confianza social en la construcción autorizada del conocimiento. Construir el castillo del Smithsonian en el mismo centro neurálgico del Mall de Washington, D.C., fue como insuflarle una influencia pública inmediata (algo muy al estilo mormón). También debemos pensar que, mientras que en el siglo XIX sólo las capitales o grandes ciudades provinciales establecieron prestigiosos edificios de museos, hoy en día ésto se da en otros muchos lugares. Queremos pensar que esta corriente está impulsada por la planificación racional, siguiendo esquemas de regeneración urbana (caso Guggenheim), tanto en Estados Unidos como en Europa, aunque debe señalarse que el uso de los museos como agentes de desarrollo urbano no es nada nuevo, y que la sensibilidad a las políticas de crecimiento urbano sugieren una actitud cívica bastante diferente del valor de los museos como tales. Otra idea que nos viene a la mente es que la creación de nuevos museos en la Unión Europea puede ser una respuesta a la futilidad del concepto de nación, al dársele más importancia al enunciado de región como unidad política clave. Las regiones construyen museos como seña de identidad, ya lo decíamos anteriormente, si bien se pueden elegir arquitectos internacionales para transmitirla. El tipo y el estilo de un museo desde el punto de vista puramente arquitectónico, ya sea de Historia o de cualquier otro tipo, es una respuesta a los imperativos geopolíticos, a veces expresados con un lenguaje cultural deficiente por estar normalmente en manos de los políticos (horror).
Si bien la respetabilidad de los edificios institucionales, al menos inicialmente, confiere credibilidad al conocimiento difundido a partir de las exposiciones y actividades de los museos, quedan todavía otros aspectos por examinar. Se puede comprar o expropiar un lugar para construir un edificio de un museo, pero ese edificio ya no podrá aislarse de su contexto, y se verá afectado por el perfil y la reputación de los elementos urbanos que le rodean. Los planificadores deben tener muy en cuenta este hecho, pudiendo emplear un «enfoque cercano», reflexionando sobre la particularidad de cada elemento, como puede ser una calle, la plaza, el vecindario o todo el distrito urbano al completo, analizando la vida y las formas en las que este devenir vital está representado. ¿Cuáles son, por ejemplo, los efectos – si es que hay alguno – en un museo situado al lado del Barrio Rojo de Amsterdam? ¿Seriedad cuestionable? A un nivel más amplio, hay cuestiones que se refieren a cómo determinado tipo de museos encajan mejor dentro de los estudios de la modernidad urbana, como es el caso de los museos de arte contemporáneo. Algunas cuestiones de género y concepto, tanto respecto a los curadores como al mismo público, plantean temas importantes que tan sólo comienzan a ser estudiados. Los temas relativos a la mercantilización deben ser tratados más a fondo, en lugar de darse por sabidos. Por poner un ejemplo, los museos de Gran Bretaña, desde al menos la década de 1880 o incluso antes, estaban abiertos los domingos. Un museo que está abierto el domingo genera una relación diferente con su ciudad que uno que sólo lo hace en días laborales, cuando las tiendas también están abiertas y los peatones van y vienen atendiendo a sus asuntos semanales, muchos de ellos relacionadas con compras. ¿Cómo median los museos entre la cultura y el comercio, un desafío demasiado obvio para un museo moderno, cuando cada vez se genera más espacio dedicado al consumo? Las actividades de las personas dentro de los museos pueden basarse en una serie de supuestos; y eso nos conduce al tema de cómo comprender el comportamiento individual.
Los edificios – sus sitios y alrededores, sus espacios internos, sus fachadas externas – tienen cualidades que afectan tanto a sus habitantes como a los que están de paso. Un arquitecto manipula deliberadamente los volúmenes internos, la solidez de las paredes, el juego de la luz y la sombra, los efectos de la escala y la atmósfera, para crear un edificio que sea memorable y logre el impacto deseado en la sociedad. Aunque los arquitectos a menudo hablan de la «forma» como respuesta a la «función» de un edificio, no debemos olvidar que, según las palabras citadas a menudo de Le Corbusier: «la arquitectura es el juego aprendido, correcto y magnífico de las formas ensambladas en la luz». La arquitectura está diseñada para dar respuesta primero a las emociones y después al intelecto.
Nos referimos al énfasis en el amor, que se halla desde hace mucho tiempo en el vocabulario de la exposición en museos, como sugiere el término Wunderkammer. La cronología y los atributos de lo que se entiende como algo maravilloso están siendo reconsiderados. Lo que ahora se denomina el factor «¡Guau!», es, sin duda, un descendiente directo de la maravilla. Además, «la maravilla», como concepto asignado a los museos, está ligada al hecho bien reconocido de que los museos eran lugares para civilizar a las clases trabajadoras, desviando las mentes inquietas hacia formas aceptables de aprendizaje y fomentando un espíritu reverencial en la magnificencia de un mundo creado por Dios. De ahí las extraordinariamente largas horas en las que aquellos museos de los años de la Revolución Industrial permanecían abiertos, con objeto de estar disponibles para los trabajadores después de horas. Otros estudiosos hablan del museo como un espacio ritual en el que se puede promulgar diversos rituales civilizadores «en los que todos los aspectos del museo desempeñan su papel». En el museo moderno, por lo tanto, encontramos una serie de instalaciones de apoyo, como son los «espacios tranquilos», áreas de descanso, cafeterías o incluso gradas escalonadas que nos empujan a la reflexión. La forma en que los museos científicos eran «civilizadores» es un tema muy interesante para la investigación, y conduce al estudio de cómo se creó el «propio» estado de ánimo en el visitante con relación al edificio del museo.
Si consideramos al visitante del museo como un participante activo, podemos empezar a relacionar edificios y espacios con tipos de público, tanto de forma intencional como no intencional. Nos podemos alejar así de las ideas convencionales en las que las exposiciones tenían una audiencia pasivamente receptiva o los edificios de los museos eran aceptados en silencio por los visitantes. Un edificio o un espacio está saturado de cualidades que nos generan un impacto tanto emocional como intelectual. La racionalidad existe, al igual que lo hacen las personas. Los espacios de los museos son espacios de experiencia vital para cada individuo y para los grupos de personas que los visitan.
El edificio de un museo puede provocar diferentes sensaciones en el público: asombro, repulsión, sorpresa, silencio, reverencia, serenidad… Las experiencias emocionales que se generan en cada persona son infinitamente variables y pueden estar vinculadas al mundo interior de su imaginación. Ésta no se estimula sólo visualmente, sino que está modelada por los cinco sentidos en conjunto, incluyendo el gusto. Entre los años 1856 y 1857 el Museo South Kensington puso en marcha los denominados Refreshment Rooms, que se montaban durante ciertos periodos de tiempo, y que pronto fueron incorporados a los edificios permanentes. Aunque obviamente la vista es el sentido más importante (para el que puede ver), quizás se le ha concedido excesiva importancia respecto a los museos, incluso podría decirse que en un grado inapropiado. Debería conceptuarse el museo desde un cierto equilibrio sensorial, valorando más comprensivamente las capacidades sensoriales del visitante. «Mirar» en el museo requiere encontrarse dentro de su espacio, moverse por él, pero también han de estimularse otros sentidos que generen atención, antes de lograr cualquier respuesta o comprensión de lo expuesto.
RECURSO:
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Foto principal y para redes sociales: Iwan Baan (Museo Teshima)