La Medida de la Felicidad

La Medida de la Felicidad

En la sociedad actual, los humanos estamos obligados a tener éxito, desde pequeños moldean nuestro comportamiento para que se adapte a nuestra definición occidental del logro personal. Si lo que realmente queremos en la vida es ser felices – hacer que los demás sean felices también -, esto nos sugiere que debemos ser capaces de medir cómo nos sentimos. Pero el gobierno, las empresas e incluso en nuestra vida privada, normalmente todo se centra en las ganancias/pérdidas económicas, retorno de la inversión, el valor neto, etcétera. Y se hace así no porque el dinero sea realmente lo más importante del mundo, sino porque es la manera más fácil para cuantificar y calificar. Cada vez son más las personas (y organizaciones) que se rebelan contra este enfoque basado en las finanzas, señalando que se ha propiciado la acumulación de riqueza a costa de la salud, la sostenibilidad y el bienestar de las personas. Los gobiernos están experimentando con una variedad de mediciones no financieras, incluyendo la felicidad, y hay empresas que encuentran que la felicidad genera rentabilidad. Una vez que volvamos a redefinir el éxito, para basarlo en más cosas que en el dinero, los museos estarán a punto de hacer contribuciones considerables a esta idea de que hay mucho mundo más allá de la economía.

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La sociedad occidental no siempre ha visto el dinero como la medida de todas las cosas. Si retrocedemos al siglo XVIII, observamos que el reformador social Jeremy Bentham sostenía que la felicidad es la métrica más importante en la vida de las personas. Pero la felicidad es subjetiva y por lo tanto difícil de medir, por lo que con el tiempo los economistas han utilizado convenientemente la capacidad de gasto de las personas, como un referente de la forma en que el dinero aporta valor al mundo. Este enfoque dio como resultado, por ejemplo, que una vez concluida la Segunda Guerra Mundial apareciera el concepto de producto interno bruto (PIB) o Producto Nacional Bruto, como método principal para medir la prosperidad de los países.

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Nosotros creemos tener muy claro que el dinero es un pobre sustituto de la felicidad. Ya en 1974, un profesor de la Universidad de Carolina del Sur expresó lo que se conoce como la «Paradoja de Easterlin»: Mientras que los ricos son en general más felices que los pobres, una renta per capita mayor no hace a un país más feliz que otro». Además, centrarnos en las finanzas tiene importantes efectos secundarios. Medir en qué se gasta la gente el dinero, o lo que otra gente gana, deja al margen a actividades como las relacionadas con el cuidado del hogar y la familia, los voluntariados o el tiempo en el que sencillamente no hacemos nada (también conocido como tiempo de relax). Este sistema también falla en lo relacionado con las externalidades – costes soportados por las generaciones futuras, cuando el beneficio se obtiene mediante el consumo de recursos que no son renovables, o dañar la salud o el medioambiente. Y tampoco capta factores económicos como la desigualdad, que empañan nuestra visión y comprensión colectiva de lo que es ético y justo. De todo, lo que es quizá más preocupante, son los costes que no miden la sostenibilidad, el cambio climático en relación con el PIB, y otros indicadores que no se ajustan a este tipo de fluctuaciones.

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Se han planteado retos para conseguir simplificar la economía durante décadas. Bután ha obtenido últimamente un montón de atención por su Índice de Felicidad Nacional Bruta, que puso en marcha a partir de la década de 1970. En 1990 las Naciones Unidas debutó con su Índice de Desarrollo Humano, que tiene en cuenta la esperanza de vida y la educación, así como también la renta per capita. En el año 2009 Nikolas Sarkozy, entonces presidente de Francia, encargó un informe a Amartya Sen y a Joseph Stiglitz, ambos, premios Nobel de economía. En ese informe se criticaba el PIB, proponiéndose el término de «la felicidad sostenible» como una medida clave del éxito. Al año siguiente Francia presentó la felicidad como un asunto importante en su retrato social nacional anual. (Curiosamente, los investigadores franceses encontraron que es más fácil de medir la infelicidad que la felicidad, es decir, la creación de un tipo de métrica inversa al éxito). Ese mismo año el primer ministro inglés David Cameron se comprometió a desarrollar un Índice General de Bienestar para el Reino Unido. En todo el mundo los gobiernos están adoptando esquemas para sopesar el impacto de los bienes no tangibles, como son tener empleo, la salud, el voluntariado y la reducción de la delincuencia.

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La búsqueda de otros sistemas de métricas se ha infiltrado significativamente también en el sector empresarial. En el año 2010, el CEO de Zappos, Tony Hsieh, puso en marcha el movimiento «felicidad en el trabajo» que ya enunciaba en su libro «La entrega de la felicidad». Este planteamiento mantiene que la felicidad en el lugar de trabajo se correlaciona con la participación de los empleados, la dedicación, la productividad y, en última instancia, los beneficios económicos. Hsieh incluso ha creado una calculadora de ROI (Retorno de la Inversión, ampliamente adoptada por otras empresas) que cuantifica los beneficios que una empresa puede obtener si sus empleados son felices. De acuerdo al abogado de la felicidad Shawn Acor, estos beneficios, de media, se dividen en un 37% de aumento de las ventas, en un 31% de productividad, y en un 19% de capacidad profesional . Eso es muy significativo si tenemos en cuenta que a partir de una encuesta muy reciente de Gallup, menos de un tercio de los estadounidenses se sienten realmente satisfechos con su trabajo (entusiastas con su desempeño profesional); ese nivel de compromiso es sustancialmente más bajo en el caso de los milenials.

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Podemos observar que los distintos escenarios se centran en una serie de atributos relacionados: la felicidad, el bienestar, la satisfacción, el compromiso. Las diferencias entre estos nombres, aunque sutiles, pueden ser muy significativas. El bienestar incluye un concepto más amplio relacionado con la salud y la capacidad de funcionar, e implica un sistema que valora fines distintos de la felicidad personal. Mientras que la mayoría de la gente piense que el bienestar no es nunca el suficiente, con la aspiración de que se convierta en perpetuo, la idea de ser completamente feliz no será realista, ni siquiera se convertirá en un objetivo deseable. Pero la búsqueda de la «felicidad» es intuitiva e innata en el ser humano. Se aferra en la imaginación colectiva como lo hizo en su día la canción titulada «Happy» de Pharrell Williams.

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Al igual que con cualquier tendencia, la felicidad está siendo mercantilizada, con la venta de libros, cursos, incluso prometedoras apps que tratan de ayudarnos a conseguir este estado difícil de alcanzar. Podemos verlo, por ejemplo, en el app Happify, basada en «la ciencia del bienestar emocional» en el uso de un marco específico (sabor, gratitud, aspiración, entrega, empatía) para cultivar la capacidad de recuperación, la atención y conseguir así una felicidad duradera. A veces, sin embargo, la receta de la felicidad es hacer un menor uso de la tecnología, no más. El Instituto de Investigación de la Felicidad en Copenhague demostró recientemente en un estudio que simplemente el hecho de desconectarse de Facebook durante una semana hacía que sus participantes fueran perceptiblemente más felices.

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Uno de los problemas en el uso de la felicidad como sistema de medición es que, hasta hace poco tiempo, los investigadores tuvieron que depender de su propia (honesta) precisión en la medición. Actualmente, la tecnología está proporcionando nuevas herramientas para medir directamente el estado de ánimo de las personas. El Bank of America ha probado sensores personales que utilizan datos de localización, análisis de voz y sensores de movimiento para realizar un seguimiento de la felicidad y la productividad de sus empleados. Los datos experimentales hicieron que el banco determinara conceder una hora para el almuerzo, sabiendo que esto reduce el estrés y mejora la productividad. Al software de reconocimiento facial, se unió la inteligencia artificial para aprender a leer las emociones humanas (como hace el Proyecto Oxford de Microsoft, así como otros sistemas desarrollados por una buena cantidad de nuevas empresas pequeñas, una de ellas ha desarrollado el sistema «Affectiva«). La creación de determinados algoritmos pueden realizar análisis de los sentimientos de las masas, partiendo de datos que se recopilan en las redes sociales, con el fin de diagnosticar el estado de ánimo de grupos o incluso de regiones geográficas. Recientemente, los investigadores han utilizado imágenes de resonancia magnética para trazar el área del cerebro donde reside la felicidad, con la esperanza de desarrollar «programas de felicidad», basados en la investigación científica.

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¿Qué tiene que ver todo esto con los museos?

Las mediciones no financieras son un buen ajuste para el sector de los museos. En ausencia de medidas comunes sobre el bienestar, los museos recurren a menudo al estudio del impacto financiero. Aun cuando este tipo de estudios sean rigurosos (aunque frecuentemente no lo son), este argumento tiene una debilidad inherente: Con relación al hecho de que las subvenciones a entidades sin ánimo de lucro, como son los museos, no tienen retorno a esa inversión pública, se plantea cada vez más frecuentemente la cuestión de si una ciudad, un estado o una comunidad deberían invertir esas contribuciones en entidades igualmente sin fines de lucro, pero que tuvieran una tasa de retorno.

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Teniendo en cuenta que los salarios de los empleados de los museos son tradicionalmente bajos, para la mayor parte de nuestro sector puede ser mejor que nos centremos no tanto en el dinero sino en la felicidad y el bienestar de los empleados, así como en tratar de generar otros incentivos financieros sobre presupuesto. Al igual que Tony Hsieh hizo en Zappos, el crear un ambiente de trabajo agradable y estimulante puede ser parte del reconocimiento. La especialista en museos Elaine Gurian, sostiene que «si el personal del museo es feliz, los visitantes perdonan casi cualquier cosa».

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Una de las buenas noticias para las organizaciones sin ánimo de lucro es que hacer donaciones caritativas (junto con otras formas de gastar dinero en otros) parece ser que aumenta la felicidad mucho más que gastar dinero en uno mismo. La Fundación Lodstar con sede en Arizona, aprovecha este aspecto de la naturaleza humana, que tiene como objetivo la búsqueda de la felicidad a través de la filantropía. Algunos de las principales fundaciones buscan el bienestar como un objetivo explícito. La Fundación Robert Wood Johnson, por ejemplo, financia la investigación sobre «salud positiva», incluyendo contribuciones en bienestar, en felicidad y en «satisfacción matrimonial». Entre las prioridades de ayuda benéfica en la Walt Disney Company » están la de llevar la felicidad, la esperanza, y provocar la risa , a los niños y familias necesitadas en todo el mundo.»

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Los museos podrían…

  • Considerar que pueden usar sistemas que no son financieros para medir su propio éxito. Los museos suelen hacer hincapié en los resultados educativos, pero ese mensaje no está realmente penetrando en el mercado. De acuerdo con la investigación realizada por Reach Advisors | Museums R+D, sólo el 12 % del público en general piensa en los museos como entidades educativas. Tal vez la felicidad sería más fácil de vender. Tenemos la base para la construcción de este supuesto: Un informe de 2013 realizado por un investigador de la Escuela de Economía de Londres, encargado por el «Proyecto Museo Feliz«, demuestra que la visita a un museo se asocia con mayores niveles de felicidad.
  • Crear una auditoría interna de felicidad, que ayude a determinar cómo crear un lugar de trabajo feliz y productivo, y validar la felicidad y el bienestar de los empleados como una medida explícita de éxito. Como hemos señalado anteriormente, los museos no pueden competir generalmente con el sector privado en términos de salarios, pero pueden convertirse en los mejores lugares para trabajar en lo que respecta a disfrutar de calidad de vida.
  • Convertirse en socios dignos en la búsqueda de bienestar. Las fundaciones de caridad pueden valorar la capacidad de los museos para mejorar el bienestar de sus comunidades específicas. Las empresas podrían desear incluir los servicios e implicación activa de un museo, para mejorar así los beneficios de los empleados en términos de felicidad y bienestar social.

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