La mayor parte de las personas que van a los museos, lo hacen para visitar sus galerías de exposiciones, ya sean permanentes o temporales, intentando verlo todo en una sola visita, algo que a nosotros los profesionales nos espanta, pero que desgraciadamente suele ser lo habitual. Lo más recomendable es visitar una única galería del museo, o incluso, si nos apuráis, concentrarse en una vitrina o dos, para que la experiencia sea agradable y satisfactoria, y no un maratón para nuestro cerebro y nuestras piernas.
Las exposiciones de objetos son, de largo, la parte más conocida en la función de los museos, y también la más popular, ya hablemos de museos de historia, de ciencias o de arte. Es en la exposición donde se produce la conexión directa entre las personas (visitantes) y el objeto (la colección). Es en la exposición del museo donde la persona individual, al margen de la edad, sexo, estatus económico, sola o en grupo, tiene la posibilidad y el espacio para encontrarse cara a cara con el «objeto real». Aquí los profesionales intervenimos para incorporar determinadas técnicas adscritas al diseño de exposiciones, y ayudar así a su comprensión (aspirando a que no se reciban visitas a la carrera). Diseñamos las exposiciones esperando siempre que se establezca una comunicación, diríamos que incluso íntima y calmada, entre la persona visitante y el objeto de la colección. Podríamos hablar en términos de interacción reflexiva entre el visitante y el objeto, si este último ha llegado a captar la atención de la persona. Belcher (1991), en su día escribió que «solo la exposición puede llegar a producir un contacto controlado con el objeto real, con el auténtico, y por eso las exposiciones son tan vitalmente importantes para las personas». Nosotros añadiríamos a este planteamiento: «Siempre que el visitante le conceda tiempo a la exposición».
Algunos reconocidos especialistas museógrafos y museólogos, aportan un sinfín de detalles y matizaciones sobre esta posible conexión visitante-colección, que incluyen, por ejemplo, enunciados como: «Una exposición significa generar un ejercicio de comunicación dirigido a una gran cantidad de público, con el propósito de transferir información, ideas y emociones relacionadas con la evidencia material de la existencia del hombre y su entorno, y hacerlo con la ayuda de métodos visuales y dentro del ámbito de las dimensiones físicas» (Verhaar and Meeter,1989). Estas teorías no hacen referencia al tiempo dedicado por el público a su visita, pero sigue siendo muy importante.
Para un reconocido museólogo, como Burcaw (1997), la exposición «es la simple muestra de objetos organizados respondiendo al grado de interés que puedan ejercer sobre el espectador». También, se ha definido como: «Una forma de enseñar más seria, importante y profesional que una simple exhibición de algo pasivo. La intención de esta forma de exhibición es la presentación de ideas, con el objetivo de educar al espectador, en el caso de una exposición de arte, planificándose de manera que a la vista del visitante se constituya el todo como una unidad». Hay quien define exposición como: «El ensamblaje de objetos artísticos, históricos, científicos o de naturaleza tecnológica, por la cual los visitantes se mueven de unidad en unidad, en una secuencia que está basada en la comprensión dirigida a un público concreto, para su conocimiento, siempre con el apoyo de la didáctica o el sentido estético». Tampoco aquí se hace referencia a los tiempos.
La nuestra, ya puestos, podría ser: «Un exposición es un medio de comunicación basado en la muestra de objetos y sus soportes de significado complementarios, presentados en un espacio determinado, usando para ello una serie de técnicas y secuencias de comprensión, con el objetivo de trasmitir y difundir conceptos, valores y conocimiento, siempre que se les dedique el tiempo necesario para su correcta asimilación». El Museo del Louvre, por ejemplo, necesitaría más de un mes de dedicación y atención (seis días a la semana, 7 horas diarias) en su recorrido total, para que pudiéramos afirmar que lo hemos visitado.
Hay distintas formas de exposición, y se pueden clasificar partiendo de diferentes criterios y pensando en otro concepto de tiempos. Volviendo a Belcher (1997), observamos que éste aporta diferentes aproximaciones a los distintos tipos de exposición según sus tiempos, haciendo una reflexión sobre el concepto de «exposición permanente»: «El término «permanente», se refiere a un periodo de tiempo prolongado, en contraposición con el término «temporal». También explica que los dos términos son relativos entre sí, ya que las exposiciones permanentes sufren cambios cada vez más frecuentemente en aquello que exponen. Las exposiciones permanentes, para que se puedan denominar así, desde su personal punto de vista, deben permanecer inalterables al menos durante 15 años.
Es posible que resulte más correcto referirnos a exposiciones «base» (core exhibitions) que a «permanentes», es decir, el tipo de exposiciones que actúan como eje central y refuerzan la naturaleza, el discurso y el significado público del museo en cuestión. Desde el punto de vista del diseño, los diferentes tipos de exposiciones suelen usar diversas conceptualizaciones, pretendiendo evitar el cansancio del visitante, alejándose de todo aquello que pueda percibirse como de la aburrida «vieja escuela» (vitrinas y polvo), utilizando materiales que tienen una duración muy prolongada.
De hecho, hoy en día, existen una serie de museos de tamaño básicamente pequeño que no tienen, o pretenden tener, exposiciones «permanentes» y que, en lugar de exponer sus diferentes temáticas y colecciones a largo plazo (15 o más años), programan exposiciones que duran, a lo sumo, de uno a tres años, como es el caso del Museo de Culturas Populares de la Ciudad de México. Otros, como el (muy grande) Museo de la Civilización (MCQ), en Quebec, tiene una pequeña exposición permanente, mientras que las principales galerías están dedicadas a exposiciones temáticas que duran desde unos pocos meses hasta un año o dos. Belcher divide a su vez el término «temporal» en tres diferentes conceptos base: La exposición «corta» que dura de uno a tres meses, la «media» que dura de tres a seis meses, y la de un «periodo largo», que tiene una duración indefinida a priori. Añade que las exposiciones de duración «media» y «larga» , pueden tener «mucho éxito». Las exposiciones temporales no sufren la restricción de tener que seguir la política general del discurso central del museo y su historia, y ofrecen a los visitantes la oportunidad de ver algo nuevo dentro de un lapso de tiempo específico, conscientes de la abundancia de visitantes maratonianos. En términos de diseño, se pueden utilizar materiales más contemporáneos e innovadores así como sistemas de presentación de alta tecnología, disfrutando de las soluciones más atractivas y de moda, pero evitando distraer la atención sobre el objeto. Y todo ello, contestualizado para reforzar su significado ante un público muy inquieto y en movimiento.
Archivo EVE
Otros modos comunes de exposición temporal incluyen las «itinerantes», que pueden ser tan simples como las que exhiben un solo objeto o grupo pequeño de objetos a partir del concepto de «blockbusters«, con inversiones millonarias para la investigación, desarrollo creativo, montajes y giras. Esta amplia categoría incluye también exposiciones que están diseñadas para viajar en autobuses, camiones, trenes o incluso en aviones. Podemos poner como ejemplo el famoso sistema Rijskuntallningar sueco, que dispone de un servicio nacional para exposiciones itinerantes, con exhibiciones de todos los tamaños que os podáis imaginar, y montadas en muchos lugares de todo el país al mismo tiempo.
En general, las exposiciones itinerantes tienen como objetivo ofrecer la oportunidad de llegar, en diferentes lugares, a una población mayor y más diversa, que dedica cada vez menos tiempo al ocio cultural. Debido a su naturaleza, el diseño de la exposición itinerante deberá tener varias cuestiones en cuenta,entre ellas, la necesidad de responder a la flexibilidad en términos de diseño, de modo que pueda ser instalada con diferentes tamaños y formas, adaptándose así fácilmente a los diferentes espacios. Debe, además, presentar máxima facilidad de montaje, mantenimiento y desmontaje, así como ser fácil de desplazarse entre sus diferentes emplazamientos.
Las exposiciones «de mucho éxito» llegan a ser instaladas en tres o cuatro instituciones diferentes (cada una de los cuales contribuye al coste total de la exposición) lo que consigue ponerlas rápidamente de moda entre un público que no suele visitar los museos. Algunos ejemplos pioneros históricos fueron las de «Tutankamón» y «Los caballos de San Marcos de Venecia» en la década de 1970, transformándose ahora en una característica más de un mundo globalizado alejado del ocio cultural. La mayoría de los grandes museos han organizado y expuesto este tipo de exposiciones, atrayendo con ellas a un enorme número de visitantes, y ofreciendo una oportunidad única para ver objetos raros y preciosos, o una nueva perspectiva sobre el tema central de cada exposición.
Obviamente, estas exposiciones «de éxito» tienen un diseño especial. Son diferentes en cuanto a la gestión que demandan, su conservación, su almacenaje, preceptos legales internacionales, seguros, transportes y la solución a toda clase de problemas (en destino), algo que las hace muy caras e inalcanzables para la mayoría de los museos del mundo. Y, sobre todo, están pensadas para el tipo de público que lo quiere todo, y lo quiere ya.
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