Prácticamente todos los niños, en todo el mundo, juegan. La acción de jugar es tan intensa que los niños son capaces de hacerlo aún sin juguetes reales ; juegan a pesar de que algunos padres y madres no se involucren activamente en el juego con ellos; juegan, incluso, en medio de una zona de guerra, como ocurre desgraciadamente ahora en Siria y en otros lugares del mundo. Para un niño o niña de corta edad, correr y saltar, investigar y construir, resulta muy divertido. Los investigadores y educadores saben que estas actividades lúdicas benefician el desarrollo integral del niño a través de dominios sociales, y de estímulos cognitivos, físicos y emocionales. De hecho, el juego es un componente tan fundamental para el desarrollo saludable de un niño que la Academia Americana de Pediatría (Ginsburg, 2007) publicó un libro blanco sobre el tema, la Asociación Nacional para la Educación de Niños Pequeños (2009) lo valoró como el componente central en las prácticas educativas apropiadas para su desarrollo, y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas sobre Derechos Humanos (1989) reconoció el juego como un derecho fundamental de todos los niños y niñas del mundo.
Sin embargo, a pesar de que los expertos siguen exponiendo poderosos argumentos a favor de la importancia del juego en la vida de los niños, el tiempo real de juego continúa disminuyendo. Hoy en día, los niños juegan ocho horas menos, cada semana, que sus homólogos de hace dos décadas (Elkind, 2008). Bajo la presión del aumento de los niveles escolares y de las interminables actividades extra escolares, el juego está siendo reemplazado por preparación escolar en jardines de infancia y escuelas primarias. Muchos padres y madres tienen como objetivo dar a sus niños en edad preescolar una ventaja competitiva sobre los demás, y les ofrecen «juguetes» educativos como un camino hacia el éxito. En nuestra sociedad se ha creado una falsa dicotomía entre lo que es el juego y lo que es el aprendizaje.
Durante estos días (salvo el viernes) os daremos una visión general de lo que la investigación científica apunta sobre la filosofía educativa que parte del juego, recopilando ideas al respecto, centrándonos en el niño, incluyendo su aspecto social, el objetivo del juego, el medio físico, y el estudio del comportamiento. A través del juego, los niños aprenden a regular su comportamiento, sientan las bases para su aprendizaje posterior en ciencia y matemáticas, consiguen entender las complejas negociaciones en las relaciones sociales, construyen un repertorio de habilidades para resolver problemas de manera creativa, y mucho más. Por último, esta reflexión que vamos a comenzar hoy, pretende abordar también el papel importante que los adultos desempeñan en la orientación de los niños a partir del aprendizaje lúdico.
Al margen del hecho de que los adultos puedan identificar de forma intuitiva lo que es» juego» (Smith & Vollstedt, 1985), el consenso pleno sobre una definición formal del término, sigue «enfrentando» a los investigadores y teóricos que lo estudian. Las definiciones varían. Encontramos descripciones dispersas sobre diferentes tipos de juego: El juego físico, el juego de construcción, los juegos del lenguaje, o el juego simbólico (Miller y Almón, 2009), y listas de criterios más amplios, basados en observaciones y actitudes, que están destinados a captar la esencia de todas las conductas del juego (Burghardt, 2011; Rubin, Fein, y Vandenberg, 1983).
El Juego Continuum
La mayoría de las definiciones contemporáneas sobre el juego se centran en varios criterios clave. El fundador del Instituto Nacional de Juego, Stuart Brown, ha descrito el juego como «cualquier cosa que, de forma espontánea, se haga para el disfrute de cada uno». Más específicamente, dice que «parece sin sentido, produce placer y alegría, [y] nos lleva a la siguiente etapa de conocimiento» (citado en Tippett, 2008). Del mismo modo, Miller y Almon (2009) dicen que el juego incluye «actividades que se eligen libremente y son dirigidas por los niños, surgiendo a partir de una motivación intrínseca» (p. 15). A menudo, el juego se define como una acción de «continuum» más o menos lúdica, a partir de un conjunto de criterios y de comportamientos en cada persona (Krasnor y Pepler, 1980; Rubin, Fein, y Vandenberg, 1983):
- El juego es placentero: Los niños deben disfrutar de la actividad , si no, no es un juego.
- El juego es intrínsecamente motivador: Los niños participan en sus juegos simplemente por la satisfacción del placer que en sí mismo conlleva. No tiene ninguna función extrínsecamente motivadora o meta alguna.
- El juego es un proceso espontáneo: Cuando los niños juegan, los medios son más importantes que los fines.
- El juego es elegido libremente: Es espontáneo y voluntario. Si un niño es presionado, probablemente ya no pensará en esa actividad impuesta como un juego.
- El juego es una actividad intensa: Los jugadores deben estar física y / o mentalmente involucrados en la actividad del juego.
- El juego es no literal: También se trata de crear fantasía.
De acuerdo con este punto de vista, las conductas lúdicas de los niños pueden variar de un 0 a un 100%. Un comportamiento que reúna tres de los criterios antes mencionados se considera más lúdico que uno que reúna solo dos, si bien , un grado de comportamiento lúdico es reconocido incluso si se cumplen dos criterios. Rubin y sus colegas no asignan un mayor peso a ninguna de las dimensiones en la determinación de la satisfacción en el juego; sin embargo, otros investigadores han sugerido que la orientación del proceso y la falta de propósito funcional del juego pueden ser los aspectos más importantes a valorar (Pellegrini, 2009).
Desde la perspectiva de un proceso continuo (continuum), el juego puede verse mezclado con otros motivos y actitudes que son menos lúdicos, como es el trabajo. A diferencia del juego, el trabajo no suele ser visto como agradable y, además, está motivado extrínsecamente (es decir, se orienta como un objetivo para conseguir algo). El investigador Joan Goodman (1994) sugirió que las formas híbridas de trabajo y juego no son un perjuicio para el aprendizaje; más bien, dice, pueden proporcionar contextos óptimos para el aprendizaje. Por ejemplo, un niño puede estar involucrado en una actividad difícil, dirigida a un objetivo establecido por su maestro, pudiéndose acoplar a esa actividad de forma activa e intrínsecamente motivadora. En este punto medio entre el juego y el trabajo, la motivación del niño, junto con la guía de un adulto, pueden crear oportunidades sólidas para un aprendizaje lúdico.
El papel del juego libre y del juego guiado
Fundamentalmente, la investigación reciente apoya la idea de que los adultos pueden facilitar el aprendizaje de los niños, manteniendo un enfoque lúdico en las interacciones conocidas como «juego guiado» (Fisher, Hirsch-Pasek, Golinkoff, Singer, y Berk, 2011; Hirschman Pasek, Golinkoff, Berk, & Singer, 2009). El juego guiado también se relaciona con un continuum, en cuanto que los adultos participan en él y crean el clima lúdico necesario. El papel del adulto en el juego varía en función de sus objetivos educativos y el nivel de desarrollo del niño (Hirsch-Pasek et al, 2009).
El juego guiado puede presentarse de dos formas. En un nivel muy básico, los adultos pueden enriquecer el entorno del niño, proporcionando objetos o experiencias que promuevan aspectos didácticos. En la forma más directa de juego guiado, los padres u otros adultos pueden organizar juegos para niños y unirse a la diversión como un co-jugador, haciendo preguntas reflexivas, hablando sobre los descubrimientos que hacen los niños, fomentando una mayor exploración o nuevas facetas de la actividad del niño (Fisher et al., 2011). Aunque el aprendizaje lúdico puede ser algo estructurado y facilitado por adultos, también debe estar (Nicolopolou, McDowell, y Brockmeyer, 2006) centrado en el niño. El juego debe provenir del propio deseo y voluntad del niño.
Desde el punto de vista del museo, tanto el juego libre como el guiado, son elementos esenciales para un enfoque centrado en el aprendizaje lúdico de los niños y niñas. Intrínsecamente, la motivación que el juego libre ofrece al niño, es el de la autonomía, mientras que el juego guiado es un medio para que los padres y educadores puedan proporcionar experiencias de aprendizaje más específicas. En cualquiera de los casos, el juego debe ser activo, pensando en los niños y, muy importante, debe ser divertido. Para ellos, por tanto, el museo debe ser divertido.
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