Una exposición es la acción o efecto de presentar un contenido (objeto, artefacto, réplica, etcétera) públicamente, poniendo dicho contenido de manifiesto ante una o más personas. Es indiscutible que las exposiciones se muestran como uno de los instrumentos imprescindibles sobre los que debe girar la estrategia del museo. Desde sus comienzos, los museos incorporan las exposiciones como columna vertebral para facilitar a sus visitantes el conocimiento de los fondos de sus colecciones.
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Las exposiciones en los museos han ido evolucionando a lo largo de la historia y su «puesta en escena» museográfica ha ido cambiando también progresivamente. Desde la simple disposición de los contenidos en vitrinas (objetos, artefactos, réplicas, reliquias, etcétera), hasta la configuración de un entorno repleto de estímulos para el aprendizaje (contextualización), la exposición es el centro de referencia en todos y cada uno de los museos. En la actualidad, muchos museos destinan enormes esfuerzos económicas y personales para la creación de nuevas exposiciones, entendiendo perfectamente que esas exposiciones son su contacto directo con el visitante. Los visitantes, por otro lado, entienden/entendemos que las exposiciones son la referencia fundamental para la valoración de los museos, si merecen una visita nuestra, o no, y hasta qué punto ha resultado satisfactoria. La calidad de esas exposiciones son la base sobre la cual el visitante valora y genera su opinión respecto al museo.
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Las exposiciones, a día de hoy, deben alejarse de la idea de «difícilmente asequibles» para la comprensión del visitante, evitando convertirse en espacios «templos sagrados», como ocurre en muchos. Es cierto que existe exposiciones que, al margen de emplear una ingente cantidad de recursos materiales para su construcción, se muestran muy complejas para la comprensión de la gran mayoría de los visitantes. Este es un error bastante común en determinados museos y que los profesionales debemos evitar trabajando para que no ocurra. Es demasiado frecuente, lamentablemente, que existan exposiciones que no tengan las herramientas necesarias para su acercamiento conceptual y de comprensión hacia aquel visitante que no es erudito en el tema expuesto ni pretende serlo, un tipo de visitante que representa el 95% de la población que visita museos. Al margen de la distribución de objetos en el espacio metidos en vitrinas, la exposición debe ofrecer un valor añadido recurriendo a desarrollos museográficos cuyo objetivo sea que el objeto (contenido) se vuelva comprensible para el visitante.
Art Director’s Club New York
Actualmente, como decíamos, son muchas, muchísimas las exposiciones que carecen del valor de la comprensión para todos los públicos, lo que aleja a los museos que las exponen de la idea pública de ser un lugar de aprendizaje y disfrute. Esas exposiciones que no se proyectan pensando en el visitante, sino en el erudito, son una barrera para la comprensión. El público quiere saber más, busca conocer más, aprender y entender lo que percibe en el museo, y esa debería ser la premisa fundamental del trabajo del especialista museólogo y museógrafo. Decir también que la distancia que existe entre el público y sus emociones ante el museo es demasiado grande todavía, produciéndose un gran desencuentro entre ambas partes, y eso no es nada bueno.
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Nosotros entendemos que el problema fundamental es que, desde los museos, las exposiciones no son entendidas como una herramienta didáctica sino como manifestaciones de saber y conocimiento solo alcanzable para privilegiados, proveniente de una estructura disciplinar que escapa a la comprensión de todos nosotros, personas normales. Resulta contradictorio que muchos museos persigan, como objetivo principal, que sus exposiciones sean propuestas educativas, pero lo hagan difundiendo conocimiento a partir de exposiciones que son auténticos ejercicios de erudición, puros enigmas para el gran público.
Por todo ello, consideramos necesaria la concepción de la exposición como una acción didáctica que el museo pone al alcance del visitante, no solo para consolidar las relaciones entre ambas partes, sino para facilitar los procesos de construcción del saber que deben proponer los contenidos de las exposiciones a quien quiera visitarlas. Desde la perspectiva de la museografía didáctica, las exposiciones deben considerarse como la acción didáctica por excelencia, ya que es la propuesta básica a partir de la cual el museo debe buscar la sorpresa del usuario captando su atención, ya sea desde el punto de vista del conocimiento, de lo emocional, o desde ambos. Entender la exposición del museo como una acción de primer orden nos permitirá realizar una aproximación distinta a la concepción tradicional, que aún prevalece de un modo generalizado. Esta última consideración ha conseguido que el museo sea visto como un almacén de objetos descontextualizados, carentes de significado para la comprensión del gran público que acaba por no visitarlos, un drama para la cultura en nuestra sociedad.
La estrategia del museo no debe ser restrictiva en ningún caso. Las estrategias que impiden visiones innovadoras que son muy útiles en su aplicación y sus resultados de cara al público, son lo que realmente importa en el proyecto de la exposición. A pesar de que los profesionales de los museos hayamos introducido la didáctica en muchos de ellos desde finales del siglo XX, la gran mayoría de los museos aún no entienden el valor adicional de esta disciplina, de modo que se mantienen organizados en torno a elementos que no aportan gran cosa al visitante, como puede ser una carísima arquitectura espectacular o la parafernalia accesoria e inútil que no aporta nada al saber y al conocimiento de sus visitantes.
Venus de Milo, Today & Tomorow
Imagen principal y para redes sociales: Save the Children
Recursos: SANTACANA MESTRE, Joan y SERRAT ANTOLÍ, Nuria: «Museografía didáctica». Editorial Ariel Patrimonio, Barcelona (2205).
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