Pásame el Tiralíneas

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Hace muchos, muchos años, viviendo en Barcelona, asistía a las clases de diseño gráfico de la Escola Eina de Barcelona. Acababa de volver de Estados Unidos como ex-alumno de una escuela de diseño industrial, y buscaba impregnarme de savia creativa europea para contrarrestar un poco, si cabe, el «practicismo mercantilista» norteamericano. Quería estudiar grafismo. En Eina me encontré con un atmósfera artística que no me esperaba para nada en una escuela de diseño española, aunque estuviera en Barcelona. En aquella época (80’s), si querías estudiar diseño gráfico solo existía una opción: Eina. La escola disponía de un plantel de profesores «must» de enorme talento como eran entre otros: Albert Ráfols-Casamada, Norberto Chaves, Mir, Noya, Claret Serraima, Toni Miserachs (la Miserias), Manel Esclusa, etc., etc. profesores profesionales que eran la vanguardia del diseño gráfico en España y reconocidos a nivel europeo. Ráfols-Casamada (fallecido en 2009), creador de la escuela Eina, para los que no lo conocéis, era un gran artista plástico y poeta, extraordinariamente culto, valorado en todo el mundo del arte como uno de los mejores pintores catalanes del siglo XX. Éste último profesor fue el que más me influyó en mi forma de afrontar el diseño desde un punto de vista que se aproximaba más a la filosofía creativa»: Diseño, ¿belleza?, ¿arte?, ¿estética?, ¿un camello que en realidad es un burro, o al revés como diría Zimmermann?…

Burro
El burro que en realidad quería ser un camión

Eina era un lugar muy particular, diferente a todo. De ser un lupanar de la alta burguesía abandonado, pasó a ser una escuela de diseño vanguardista, donde se diseñaba el cumpleaños de Tintín o se hacía una clase magistral de diseño en la cocina, adelantándose al boom actual sobre la gastronomía, con Llorenç Torrado, Xavier Olivé, Miquel Espinet y Joan Enric Lahosa ejerciendo de chefs. Para alguien que veía la vida en barras+estrellas y, además-encima, tener que aprenderlo todo en catalán, fue un verdadero shock. Impacto total.

Rafols y cuadro
Ráfols-Casamada en su estudio de Barcelona

Eran tiempos extraños aquellos para el diseño. Creo que estábamos en una etapa de profundo cambio sin saberlo, sin poder preveerlo. Por un lado, en Estados Unidos ya habían aparecido los primeros Macintosh por las facultades de diseño, lo hicieron en plan Jobs: «a ver como reaccionan los alumnos ante esto y veremos si seguimos adelante»… Nos usaron como conejillos de indias. Recuerdo que cuando vi el primer Mac de 128k en 1983 – aun no se había comercializado -, pensé: «este cacharro no vale para nada». Yo no era precisamente un visionario en aquella época. En Eina se defendía la idea de que el diseñador era artesano; había que trabajar con las manos. Mir, Noya y Claret Serraima nos obligaban a llenar folios y folios con líneas paralelas dibujadas con la ayuda de un tiralíneas (los Rotrings ni olerlos) y tinta china. Si no hacías todas las líneas del mismo grosor no podías abandonar el ejercicio. Algunos de nosotros estuvimos más de dos meses haciendo líneas. Nos mirábamos unos a otros con caras de desesperación. Trabajamos días y días coloreando fotos realizadas por nosotros mismos con papel fotográfico y una lámpara de mesa, – idea de Manel Esclusa, profesor de fotografía y un poco sádico -, y las famosas anilinas, enemigas acérrimas de los manazas como yo. Si no tenías «mano» estabas perdido como aprendiz de diseñador. Dibujábamos muchísimo con modelos al natural y pluma estilográfica. En clase de Ráfols-Casamada no se podía usar lápiz, solo pluma estilográfica y papel en blanco. Patricia Pascucci, una compañera, había huido del Politécnico de Milán – http://www.polimi.it/ – porque en clase les obligaban a dibujar círculos perfectos a mano alzada con tinta china y en negativo (había que rellenar la hoja entera de negro menos el círculo blanco perfecto)¿Leyenda? Patricia nos contaba que si no lo hacías bien a la tercera vez, te echaban a la calle (sic). La mano lo era todo incluso mucho antes de hablar de creatividad.

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Nuestros mayores enemigos: los tiralíneas

Recuerdo perfectamente la caminata que tenía por delante, todos los días al acabar las clases. Caminaba desde la escuela en Valvidriera hasta la calle Benedicto Mateo, un largo trecho de bajada (la ida a clase era mucho peor), pensando, pensando… Bajaba casi siempre sintiéndome muy frustrado. Yo no tenía mano, era evidente, ¿podría ser diseñador? ¿Sería Eina la única escuela en la que se exigía tanto tener mano? Evidentemente, Italia también era el infierno para los «sin mano» como yo. ¿Qué iba a hacer yo con tantas ideas, tanta creatividad, si al final del camino no iba a ser diseñador? Toni Miserachs, diseñador de portadas de la editorial Edhasa y profesora implacable de «teoría del diseño» en Eina, me dijo un día en presencia de mi padre (que era quien pagaba las clases): «su hijo nunca podrá ser diseñador, no tiene mano». Y además, entonces, ¿qué iba a hacer yo ahora con todas esas preocupaciones sobre la belleza, la estética, el arte, si no tenía mano? tengo que agradecer a Norberto Chaves – http://www.norbertochaves.com/ – que, siendo también profesor de Eina me dijo: manda la mano a tomar por el culo y sigue trabajando en la creatividad. Yo lo primero que hice después de aquello fue no rendirme ante la evidencia, me convertí en diseñador.

frustrado
¿Frustración? No, gracias

Mirando atrás, observando a los nuevos alumnos de diseño; observando a los profesionales del diseño de la era «post Macintosh», me pregunto: ¿Dónde a quedado la lírica? ¿Qué fue de todas aquellas habilidades que ya no sirven de nada? ¿o si sirven? No creo que los diseñadores «post Macintosh» sepan lo que es una repromaster. Llamar a Letraset Barcelona para que te enviaran por correo urgente esas carísimas tipografías trasferibles que necesitabas para dibujar un logotipo. Cuando espérabamos «las galeradas», ansiosos para comprobar, con los dedos cruzados, sí había habido algún error tipográfico y tener que repetirlas. La histeria cuando teníamos que entregar un original a imprenta, con separación a cuatro colores, hecho a mano en papel cebolla, cortadito y pegadito en cartón pluma. El placer de ver que la ilustración que te había hecho tu ilustrador «de toda la vida» encajaba perfectamente en la portada de aquel libro… El manipulado de lo bello, de lo muy trabajado ya no solo en mente y espíritu, sino que el diseño era también pura artesanía. Cuando los clientes que seguían el proceso entendían que tenían que pagar el precio que se les pedía (mucho), ya no solo porque la idea creativa era brillante, sino porque ellos mismos habían visto como trabajabas dándole forma horas y horas de mesa de estudio… En fin, vamos a dejar los cuentos del «abuelito Cebolleta» a un lado. Aunque, si me lo permitís, voy a formular una pregunta porque me apetece: ¿cómo hubiera evolucionado en diseño gráfico sin la invención del Photoshop?

Cebolleta
El abuelo Cebolleta

2 comentarios en «Pásame el Tiralíneas»

  1. Hola,creo que los que nos hemos educado en escuelas como la tuya,somos unos privilegiados.Seguro que el uso del tiralíneas,hasta la saciedad ,nos vino bien.Las tecnologías aplicadas al diseño gráfico,sin embargo, creo que facilitan muchísimo el trabajo,sin desmerecer ,en absoluto, la creatividad de cada uno.Estoy convencida que maestros excepcionales como los que tuvimos ,lo serían igual en la éra de la informática, porque eran ,independientemente,genios per se.Un saludo,Lola

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