Los museos deben formar parte de la vida educativa de los niños. Son una pieza imprescindible en la educación del conocimiento y del saber. Hasta hace no mucho, los museos eran, en su gran mayoría, mastodontes almacenes de «cosas» colocadas en vitrinas o colgadas de las paredes con una única referencia que solía ser un tarjetín escrito a máquina. Exagerando algo menos, si es cierto que los museos no resultaban ser «children friendly» y a los niños no les gustaba para nada visitarlos. Recordemos contenidos museísticos y museográficos totalmente descontextualizados, salas mal iluminadas, olor a rancio y abandono, no sólo en España sino también en muchos otros países «más avanzados». Sin ir muy lejos, los museos de Londres eran unos auténticos santuarios del polvo; ya no ocurre. El cambio radical que se ha ido produciendo en esta última década en el planteamiento museográfico de los museos, bien sean remodelaciones o creaciones nuevas, ha hecho que los niños acudan a los museos con el espíritu de quien visita un parque temático. Los enormes paneles llenos de letras aún no han desaparecido del todo, pero ya quedan pocos que los usen. Siempre se produce alguna que otra decepción en cuanto a que algunas salas aparecen actualizadas y otras no, pero es un placer para los sentidos visitar museos modernos, y sobre todo lo es observar cómo los peques aprenden y se divierten al mismo tiempo. Uno de los ejemplos más evidentes de esta conjunción entre aprendizaje y diversión es el museo de ciencias de Amsterdam, conocido como NEMO, donde se programan actividades de todo tipo, además de ser un museo lleno de sorpresas. Incluso su arquitectura,que sugiere la forma de un barco visto desde la lejanía, invita a que se le haga una visita.
